domingo, abril 20, 2025

Vargas Llosa



Hay nuevo proyecto en línea, que co-dirijo con mi estimado Pablo de Cuba. Allí ha aparecido este domingo mi despedida a Mario Vargas Llosa:

Puedo hablar por aquel lector que fui —no estoy seguro siquiera de que seamos ya la misma persona—, y decir que el intelectual Vargas Llosa nos inspiró un modo de actuar ante los tiempos que vivíamos, el escritor nos inoculó la persistencia y también ejercicios de admiración hacia nuestros maestros literarios, y el hombre político nos condujo a poner la honestidad y la coherencia como principios anclados en la experiencia, aunque trasciendan muchas veces el estrecho marco de lo que hemos vivido. Yo estudié Periodismo, pero escribía poesía, y vi en Vargas Llosa que no había que especializarse en algo, sino sentir curiosidad por todo. Cuando me preguntan por qué abundan los libros de historia, ensayos sociopolíticos y biografías en mi biblioteca, siendo como soy un lector de ficciones, cosa que también de alguna forma le debo a él y a su saber novelístico, digo que porque me interesa todo, porque quiero todo, aunque no alcance la vida.

Para seguir leyendo, aquí.

Y de paso, les dejo algunos de los mejores obituarios mejores para mí, para el lector que soy, desde luego que he leído en estos días y que no son de pago:

Ricardo Cayuela G.

Alonso Cueto

Daniel Gascón

José Carlos Llop

Hernán Migoya

Fernando Savater

Andrés Trapiello

En la revista El Gatopardo

BonusArturo Fontaine sobre el funeral; una tal Carla de La Lá (o quién sea que esté detrás de ese glamouroso seudónimo)



domingo, marzo 02, 2025

La llamada

 


Quiero contar todo "desde un lugar distinto", le dice Leila Guerriero a uno de los testimoniantes, uno que se niega a hablar porque no confía o porque no tiene mucho sentido volver sobre el tema de los secuestrados durante la dictadura militar. Pero ese lugar, ¿cuál es? El libro es esa búsqueda, la respuesta a esa pregunta. Lo cierto es que uno como lector trata de imaginar el mapa de Silvia Labayru como intentando entender, de descifrar lo ininteligible. No es posible. Chica bellísima que vivió en Texas y admiraba la cultura norteamericana, de familia de militares, se enrola en las células de la extrema izquierda en Buenos Aires, acaba secuestrada y colaborando de una forma que nadie llegaría a sospechar, viajando a Brasil y México, dando a luz a una hija que es luego entregada a sus abuelos y Labayru visitándola y estando con su marido, acostándose con sus captores y haciendo un trío con la mujer de uno de ellos, y regresando a su cautiverio por sus propios pies. ¿Qué encierro era ese?

La historia escrita en enciclopedias, en fríos documentos o largas monografías rara vez recoge los momentos de dudas, lo injusto de un relato asentado con los años, nunca lo va a hacer como sí lo hace la literatura. En mañanas de domingo me pongo a jugar buscando esas asimetrías de la historia para ir un poco a la contra de aquellos que siempre dicen que todas las dictaduras son iguales. Hell no! No lo son. Todas son terribles, sí, pero también lo es cada una a su manera. Conozco yo una muy bien: la cubana. Ni por asomo los militares cubanos mandarían a una prisionera a una oficina en París a hacer ningún trabajo (Cuqui Carazo), esa se pudre en una mazmorra o se expulsa del país tras 25 años en una cárcel.

Hay una forma torcida y muy frívola de leer este libro y es la que insiste en ver sólo su perfil denunciante o su trasunto feminista: ¡a ti también te denuncia, estúpido! Esto no va del mural de tu partido ni de tu combativa cuenta de Bluesky, todo ese mundo de las consignas revolucionarias que te sembraste en la cabeza y que es el mismo que marginó a todas las Labayru de ayer y hoy y que censura y ningunea —o literalmente ataca sin mucha compasión a quienes no siguen su dictum. Va de cómo es la vida en realidad, no de cómo quieres tú que sea para satisfacer tus húmedos sueños doctrinales.

Leí La llamada en primer lugar porque me gustan mucho los libros de Guerriero, me gusta su inteligencia al pensar el libro que va a escribir, su contención, su manera de elaborar, de construir la prosa tan lejos siempre de toda posibilidad de parrafada doctrinaria. En este fui marcando varios pasajes en la pantalla, a veces sin saber muy bien por qué. Marqué pasajes extensos, como el de la muerte de Silvia Lennie y la decisión de qué hacer con el cuerpo, el de la violación por parte del matrimonio González, el testimonio de Astiz, la explicación de Labayru de por qué no podía escaparse de la ESMA, la mención al libro Recuerdo de la muerte, de Bonasso, un personaje que siempre me pareció detestable por su relación con el castrismo. Marqué también algunos diálogos.

Siempre me llamó la atención la gran operación de propaganda que elaboró la izquierda alrededor de la dictadura militar y el escamoteo del caos de las guerrillas urbanas argentinas de los años 70, fueron varias las veces que vi a Hebe de Bonafini abrazar a Fidel Castro. Por eso sentí que este libro me aportaba otra perspectiva porque va de eso, de desmontar ese andamiaje que asignaba heroicidades y traiciones sin reparar en grises. Labayru, que con 18 años había sido montonera, repite en el libro: menos mal que no tomamos el poder, habría sido catastrófico, y se da a criticar la forma en que la cúpula dirigente, que se quería guevarista, pero al final eran tan castrista como cualquier otra, dejó tirada a su base mientras los jefes salvaban su pellejo.

No sé si es el mejor libro de Guerriero. A mí me gustaron mucho Los suicidas del fin del mundo y La otra guerra, aunque no son equiparables en extensión, y sus columnas semanales son piezas de la más alta prosa escritas siempre "a la contra" desde ese pequeño lugar que ocupamos en el mundo. En cambio, sí es un libro que propone volver la vista atrás y repensar lo andado.


viernes, febrero 28, 2025

Aidita

Hacía casi veinte años que no la veía, no nos encontramos la última vez que viajé a Cuba en 2011. El pasado diciembre, ya sabiéndola enferma, la visité en Miami, en el apartamento de su hija, a media cuadra de un Atlántico gris y espumoso.

Ya se estaba yendo, delgada, pálida, todavía tan oral, casi sin pelos a pesar de que le suspendieron el tratamiento, nada podía hacerse ya. Hizo un camino largo, enviudó y esperó años para poder reunirse con la única persona que le quedaba en la vida.

Venía con unas extrañas molestias en el interior y la parte baja de la espalda que ella achacaba a viejos problemas renales, no sabía que era un cáncer demasiado avanzado que acabaría llevándosela hace unos días en Miami.

Nos recibió mirando a tierra, con la pena de quien ya cruzó todas las playas. Sólo atiné a decirle: espero que puedas salir de esta, pero lo importante ahora es que no sientas dolor. Habló de las dificultades para comer, de las enfermeras, y surgió de pronto el tema de su infancia y del viejo pueblo. Dijo que de su niñez recordaba sus días en el campo y una manada de pájaros y de pronto hizo una pausa, me miró y me preguntó: ¿si son pájaros se dice manada o bandada?

Mencionó la peluquería estatal donde había trabajado por poco tiempo. Dijo que por años había llevado unos diarios en libretas escolares, y yo le creí, pero que decidió destruirlos porque no podía conservarlos ni traerlos con ella. Le escuché un reproche, dijo algo concreto contra alguien del pueblo que dijo que allá todos sabían que se moría. La enfermedad no nos libera, es rencorosa y a la vez que nos arrincona nos mide.

La infelicidad tiene que estar viva para que la vida siga, dice Vivian Gornick. A mí me dio la impresión de que no quería irse. Ya sé que nadie o casi nadie quiere irse, pero ante una enfermedad terminal a veces uno nota la resignación. Creo que estaba muy contrariada por cómo quedarían las cosas tras su marcha. Era una madre de los pies a la cabeza y a tiempo completo, y como tal no podía irse dejando tantos cabos sueltos.

Me pidió que saliéramos de su cuarto y me fui con Martha a ver el mar, el único momento que tuvimos este invierno frente a la inmensidad, una pareja en un descapotable hablaba de sus cosas, me pareció ver que reían, yo me subí al muro, miré hacia abajo y vi muchas piedras haciendo de rompientes, el mar golpeando remolón, a lo lejos se veía un puente y algún bote pasando. El cielo está espeso, nos vamos mañana a Texas. Todo estaba espeso en realidad.

Pensé que una simple cadena de acontecimientos puede dejar un triste poso donde antes hubo una vida vibrante, inquieta, de mucha conversación, de muchas historias familiares, de mucha risa y buen humor y también repleta de contradicciones, de idas y regresos. Todos éramos sus interlocutores hasta que llegamos a un término en nuestro viaje en el que no queremos escuchar mucho más. Pero ella seguía hablando porque era su naturaleza, su carácter.

Puso un negocio de peluquería bien temprano, una de las pocas, si no la única, peluquería privada que había en aquel pueblo pequeño de Oriente. Allí iba yo una vez al mes a cortarme el pelo sin pagarle, que para eso era uno el hijo de su madrina. De esos años es la foto que acompaña a este texto. Era un cuartico que daba a la calle en la casona de madera de sus suegros. El tiempo barrió con todo ese andamiaje de la memoria, pero ella golpeó primero porque de todo se desprendió, nunca dudó en hacerlo, con tal de estar cerca de su hija, su gran obsesión.

Pensé que de alguna manera yo había sido afortunado porque conocí bastante bien a toda esa familia, a su padre, que le faltaba un brazo, quién no lo conocía en aquel pueblo; a su tía Sara, que fumaba y a la que yo de niño le tenía miedo. Llegué a ver a su madre una vez, con la que nunca vivió.

Su marido fue un gran amigo de mi padre, laicos ambos, un hombre humilde y discreto, pero de cultura y maneras. En el pueblo fue casi un acontecimiento que él viajara a Roma, al Vaticano. Lo recuerdo visitando nuestra casa, sentado en el sillón de brazos, los ojos muy azules que heredó su hija. Alguna foto de su boda quedó en nuestro álbum familiar.

Llegamos a viajar juntos a La Habana a lo que se iba allá siempre desde provincias, a cosas de médicos, a trámites burocráticos, ella con su hija, mi madre conmigo. Yo tendría unos doce o trece años, su hija unos cinco o menos. En aquella habitación de hotel eran un espectáculo las mañanas al levantarse, la hora del aseo, porque hay niños muy reacios a cumplir las ceremonias que imponen los adultos.

Nos visitábamos a menudo en una etapa de nuestras vidas que ahora parece envuelta en bruma y en la inevitable pereza o el inevitable desasimiento del recordar. Si es cierto que al morir una parte de nosotros se da a viajar por no sé cuáles etéreos paisajes, me gustaría que el de ella viajara al sitio donde hay una casa antigua de madera con patio amplio, siempre verde, un aljibe y las plantas y flores que sé le gustaban.

A veces leo en algunos libros frases por el estilo de que las historias no acaban nunca, las historias son interminables y no es cierto: las historias acaban con la muerte y en muchos casos no queda semilla alguna. Nada, vacío y silencio.

viernes, febrero 21, 2025

El derecho de ser explotados

 


En su ensayo "Libertad y filosofía", Emilio Ichikawa recordaba aquella práctica tan típica del diligente funcionariado del castrismo: la exigencia de mayor compromiso revolucionario. Una "comisaria ideológica", siempre hay y habrá alguna, ponía las reglas de juego para quienes asistieran a un encuentro con intelectuales norteamericanos. La frase en cuestión es la que escuchamos hoy a propósito del post-operatorio de Obama en La Habana: "¡No se olviden que se trata de una confrontación! ¡No nos pueden quitar el derecho de ser explotados!".

"La intelectualidad cubana —esto dice también Ichikawa— ha mostrado siempre un agudo olfato para captar las demandas ideológicas del poder. Lo mismo se manipula la historia para agradar a un político, que se infla a Gramsci para seducir a la burocracia. Existe una coordinación entre el reparto disciplinar y el aparato ideológico de control".

Siempre en el trayecto hacia la liberación individual habrá un agente exterior y varios cadáveres en algún closet. Un intelectual orgánico del castrismo lo primero que se labra es un currículo al gusto de algún campus norteamericano. He aquí que aquella comisaria ideológica, viajera y también visitante predilecta de algunos campus podría llamarse Nancy Morejón.

Hay quien quiere hacer ver que no está bien referirse a estos seres cautivos. Porque de su cautiverio es responsable el tirano y hacia este deberían ir los tiros. Pero así como del tirano está bien decir todo y más, tendrá que llegar ese momento de recordar a los miembros que fueron de su tan ilustrada corte.

El escritor Ernesto Pérez Chang ha contado el rol de Nancy Morejón en aquel affaire del número 69 de la revista Unión, que ella dirigía. Después de haber publicado los sonetos del Aretino, la revista fue acusada de "pornográfica" y la insigne poeta desvió las responsabilidades hacia el editor Pérez Chang, quien fue cesado.

Hace poco supimos, así, sin querer queriendo, que Nancy Morejón estaba haciendo un visiting, otro más, en la Universidad de Missouri. Recordé que alguna vez Nancy Morejón quiso hacerme ver que las palabras tenían su peso, y que había nombres impronunciables y que los esbirros no se van al paro.

Eso es lo que tengo yo que ver con este personaje que representa todo lo siniestro del campo cultural de aquel que fuera mi país. Lo de menos es una historia personal y mejor hace uno olvidándose de todo eso. Pero no. Qué somos si no historias personales, de qué estamos hechos.

Después de una lectura pública en Matanzas, Nancy Morejón vino a mí a preguntarme mi nombre y supe que nada bueno sobrevendría. Yo había leído un poema donde mencionaba a José Mario Rodríguez y Raúl Rivero, muerto uno, exiliado el otro. Ella vino a mí como quien sale a respirar después de un momento de apuro. Vestía unos trapos que alguna vez fueron blancos, y aseada es una palabra que no viene a la memoria de aquel momento.

A los pocos días fui citado a la oficina de mi jefa por aquel entonces, Lis Cuesta, la hoy "primera dama" de un país en demolición. El presidente del Instituto Cubano del Libro, aquel Iroel Sánchez de tan triste recordación, se había enterado del asunto y había sugerido que se tomaran medidas.

Supongo que habría sido fácil averiguar mi nombre de otra manera. Pero Nancy Morejón quería hacérmelo saber. Los combatientes, los aguerridos de verdad, se saben impunes. Quién no tiene una historia similar en aquel que fue mi país.

Pensé que Nancy Morejón, llegado un momento de su biografía, había sido convertida en figura no solo por el esquema propagandístico de la cultura oficial en la Isla, sino también por las universidades de Estados Unidos y Europa. Pero esto ya pasa como algo normal.

Pensé que ese privilegio estaba reservado para unos pocos. Que hay allá afuera un centenar de voces más inteligentes, con mejores lecturas y asuntos más interesantes que abordar, pero que sobre todo no han sido domesticados por (ni le sirven a) un régimen represivo y creen en la democracia sin tanta hipocresía, y sin embargo no pueden acceder a un campus, a los dineros de una universidad.

Es nietzscheanamente irritante. Una pasada a Google con su nombre y el de la Universidad de Missouri trae memorias de varios eventos en los que ha participado en los últimos años. Hay un documental sobre su vida y obra. Se lee que Nancy Morejón es "the most widely translated Latin American Poet" (cosa que ya ni siquiera es de dudar, a la literatura se le distrae con estadísticas) y un caso único de "mujer caribeña afrohispana". Esto último no quedará nunca bien explicado.

Lo que no dicen es a quién sirve, a quiénes ha servido. Tampoco dice que jamás levantará su voz por ninguna mujer, ningún negro, ningún caribeño o caribeña que decida no servir a quien ella sirve.

Nancy Morejón también ha presidido la Academia Cubana de la Lengua, que nunca sugerirá a Madrid la inclusión de palabras como "chivatona" y "comuñángara". A fin de cuentas los poetas suelen desempeñar los más diversos oficios, aunque con facilidad olvidan la dignidad de envejecer en silencio.

Los Castro se van a morir un día, y aquel que fue mi país se reconvertirá en algo que hoy es imposible definir. En algo no necesariamente bueno tal vez, pero supongo que infinitamente mejor que todo lo que entre comandantes y generales le procuraron a ese pobre pedazo de tierra en casi 60 años. Nancy Morejón, como Roberto Fernández Retamar, Miguel Barnet y algunos más, o sus fantasmas, pasarán de puntillas sobre tanto estropicio hacia algún lugar de ese mundo libre donde pagan bien, pero acaso todavía esgrimiendo su derecho a la confrontación, a ser a la vez explotados y perfectos hipócritas.

Publicado en Diario de Cuba, mayo, 2016, aunque no está disponible para leer en línea, la razón se me escapa. Agradezco al blog Baracutey Cubano que lo replicó y lo mantuvo.

Ilustración: Belkis Ayón, 1996 (detalle)