El viejo poeta llora y dice que se sintió pagado. La antigua muchachita prostituta se reinventó en profesora de literatura de un instituto.
Dice también que eso fue al principio, cuando el corazón de todos estaba en las manos del líder.
Y eso también le pareció grandioso. Después no, después todo se jodió.
Hay algo en esa generación, que es, que fue, la de mis padres. Un algo que nos permite decir que el castrismo tiene licencia para mutar y seguir siendo dueño de los destinos de unas cuantas generaciones más. Porque ya saben, en el principio estuvo el bien. Solo que después se jodió.
Preguntemos entonces si todavía se puede ser condescendiente con lo que se jodió solo porque al principio no estaba jodido.
viernes, diciembre 04, 2015
jueves, noviembre 26, 2015
Reloj
M. se ha comprado un reloj de pulsera de cuerda. Artefacto hermoso. Cristales por ambas caras que dejan ver el mecanismo. Pero es incapaz ella de darle cuerda. "Te juro que no lo sabía cuando lo compré", me dice cuando le pregunto porqué lo eligió si era de cuerda. Un maestro relojero siempre se alegrará de saber que todavía hay quien compra relojes como ese. Incluso si se hace por error. Pero nunca veremos su rostro, que imaginamos, cuando le comente a su ayudante: "Hace 30 años que no vendía uno."
jueves, junio 11, 2015
Padre
A veces, cuando abría alguno de los libros que me traje de Cuba tras mi visita de hace algunos años, me encontraba unos marcadores hechos de cartulina blanca con frases escritas a mano. Hablaban de cosas comunes: el amor, la soledad, de sentirse un sobreviviente sin familia cercana ya a su lado.
Habían sido escritas por mi padre, que hoy murió en Cuba.
Con él, junto a él, viví largos 34 años. Qué pudo no enseñarme, qué no aprendí de él. Lo vi partir al trabajo cada día, lo vi envejecer y enfermar. Me vio a mí elegir un oficio, formar una familia, marchar al exilio y sobre todo equivocarme mil veces. No recuerdo que me haya dicho nunca "lee", pero en cambio a aquella casita de madera y techo de zinc la pobló de libros que forman parte de la historia interminable de mi infancia, donde estaban la Odisea, las leyendas del campo recogidas por Feijóo, policiales, libros de historia, lecciones de idioma ruso, que él estudiaba, Nervo, algún García Márquez, un pequeño Larousse ilustrado que yo consultaba arrobado.
Mi padre, el tipógrafo, cuyo sueño no era ser comerciante, ni chofer, ni médico, sino trabajar en aquella diminuta imprenta del pueblo, olor a tinta y papel, sonido de máquinas, donde comenzó siendo un adolescente hasta hacerse imprescindible.
Ya ven que no volví a Cuba, no pude volver a verlo y me duele mucho eso. No haberlo visto otra vez me pesará toda la vida. Pero me quedo con lo mejor de todo lo que viví a su lado, todo lo que aprendí de él y todo el amor y el cariño que de él siempre tuvimos Martha, mis hijos y yo.
Esta mañana, cuando supe la noticia, la recibí con resignación y tristeza, porque sabía de su deterioro. Pero luego me puse a recordarlo y lo lloré, porque me acordé de muchos momentos que pasamos, recordé por ejemplo que cuando era niño me gustaba sentarme junto a él en el tren o la guagua y que él me fuera diciendo los nombres de todo lo que veíamos. Yo siempre lo vi tan grande, tan fuerte y tan maduro, tan renacentista, capaz de hacer de todo, de arreglarlo todo en una casa, el mejor padre que hubiera podido tener.
Y pensé que hubo un viaje que nunca pudimos hacer juntos, que fue el de venir acá y estar los dos aquí, donde me hubiera tocado a mí nombrar las cosas para él. Y recordé también cuando fuimos a Santiago a la misa del Papa Juan Pablo II en enero de 1998, que caminamos toda la ciudad, cuando ya comenzaba a sentirse mal y fue el principio de su enfermedad renal y el comienzo del fin.
Yo estaré siempre muy orgulloso de él y explicar por qué me tomará, creo, la vida entera, la vida que él me dio. Pero lo resumo en los valores que él y mi madre nos trasmitieron a mí y a mi hermano, la educación que nos dieron, el respeto por los mayores, su humildad y su humanidad, su esperanza y su fe en la vida, su optimismo y su rectitud en muchos casos. A veces no tenía que decirme qué estaba bien y qué no, yo lo sabía por su mirada o por su manera de proceder. Sé que muchas veces los hijos no somos dignos de nuestros padres, sé que algunas veces pude causarle alguna decepción o tristeza por algo que hice mal o por alguna decisión apresurada que tomé, cosas de juventud que el tiempo ayuda a curar, pero siempre supe que él estaba y estaría a mi lado protegiéndome y enseñándome el buen camino. Siempre tuve su apoyo cuando quise estudiar lo que estudié, lejos de la casa, sin dinero y pasando hambre en Santiago, y luego cuando dejé el periódico para empezar en la literatura y luego cuando nació Alicia y comenzamos a vivir juntos Martha y yo, hasta que nos fuimos de Cuba. Sentir su voz cada fin de semana cuando lo llamaba era mi bálsamo, mi pedazo de Cuba que ya no existe más.
Estas palabras eran en principio para expresar mi agradecimiento a todos los que lo cuidaron y acompañaron en todo este tiempo, en especial en estas últimas semanas, las más duras de su enfermedad y su agonía. Al final ha sido mi descarga, mi paño de lágrimas. Y todavía siento que me quedan cosas por decir. Y quedarán más, claro.
Pienso que mi padre se ha ido en paz, aliviado de tantos dolores físicos y heridas más profundas, heridas en la memoria, que comenzaron desde que siendo adolescente tuvo que enfrentar la muerte de mi abuelo Herminio, fusilado por el Coronel Sosa Blanco a la vera de un camino apenas una semana antes de la huida de Batista, y muchos años después la separación de mi madre, de su nieta y de sus dos hijos. Yo no le perdonaré a los Castro que su régimen infame haya provocado la separación de tantas familias. Que mi madre haya tenido que venir a Estados Unidos para salvarme a mí de los problemas políticos que inevitablemente sobrevendrían. Creo que mi padre se sacrificó por todos nosotros al apoyarnos cuando dimos este paso. Aunque esa separación la hemos sufrido todos, mi madre en especial, él fue la principal víctima de eso porque su enfermedad no lo dejó en paz.
Para mí, el verdadero significado del exilio y todo el peso de lo político está cifrado en esa ausencia y en esa separación.
Mi padre se fue quedando solo, quizás en el fondo de su corazón lo haya sentido así, pero si algo sé es que no murió solo. Tuvo personas queridas a su lado y supo que de alguna manera desde nuestros sitios, su familia en el exilio lo acompañaba. Por ello, quiero creer que su viaje hacia la eternidad será mucho menos doloroso.
Habían sido escritas por mi padre, que hoy murió en Cuba.
Con él, junto a él, viví largos 34 años. Qué pudo no enseñarme, qué no aprendí de él. Lo vi partir al trabajo cada día, lo vi envejecer y enfermar. Me vio a mí elegir un oficio, formar una familia, marchar al exilio y sobre todo equivocarme mil veces. No recuerdo que me haya dicho nunca "lee", pero en cambio a aquella casita de madera y techo de zinc la pobló de libros que forman parte de la historia interminable de mi infancia, donde estaban la Odisea, las leyendas del campo recogidas por Feijóo, policiales, libros de historia, lecciones de idioma ruso, que él estudiaba, Nervo, algún García Márquez, un pequeño Larousse ilustrado que yo consultaba arrobado.
Mi padre, el tipógrafo, cuyo sueño no era ser comerciante, ni chofer, ni médico, sino trabajar en aquella diminuta imprenta del pueblo, olor a tinta y papel, sonido de máquinas, donde comenzó siendo un adolescente hasta hacerse imprescindible.
Ya ven que no volví a Cuba, no pude volver a verlo y me duele mucho eso. No haberlo visto otra vez me pesará toda la vida. Pero me quedo con lo mejor de todo lo que viví a su lado, todo lo que aprendí de él y todo el amor y el cariño que de él siempre tuvimos Martha, mis hijos y yo.
Esta mañana, cuando supe la noticia, la recibí con resignación y tristeza, porque sabía de su deterioro. Pero luego me puse a recordarlo y lo lloré, porque me acordé de muchos momentos que pasamos, recordé por ejemplo que cuando era niño me gustaba sentarme junto a él en el tren o la guagua y que él me fuera diciendo los nombres de todo lo que veíamos. Yo siempre lo vi tan grande, tan fuerte y tan maduro, tan renacentista, capaz de hacer de todo, de arreglarlo todo en una casa, el mejor padre que hubiera podido tener.
Y pensé que hubo un viaje que nunca pudimos hacer juntos, que fue el de venir acá y estar los dos aquí, donde me hubiera tocado a mí nombrar las cosas para él. Y recordé también cuando fuimos a Santiago a la misa del Papa Juan Pablo II en enero de 1998, que caminamos toda la ciudad, cuando ya comenzaba a sentirse mal y fue el principio de su enfermedad renal y el comienzo del fin.
Yo estaré siempre muy orgulloso de él y explicar por qué me tomará, creo, la vida entera, la vida que él me dio. Pero lo resumo en los valores que él y mi madre nos trasmitieron a mí y a mi hermano, la educación que nos dieron, el respeto por los mayores, su humildad y su humanidad, su esperanza y su fe en la vida, su optimismo y su rectitud en muchos casos. A veces no tenía que decirme qué estaba bien y qué no, yo lo sabía por su mirada o por su manera de proceder. Sé que muchas veces los hijos no somos dignos de nuestros padres, sé que algunas veces pude causarle alguna decepción o tristeza por algo que hice mal o por alguna decisión apresurada que tomé, cosas de juventud que el tiempo ayuda a curar, pero siempre supe que él estaba y estaría a mi lado protegiéndome y enseñándome el buen camino. Siempre tuve su apoyo cuando quise estudiar lo que estudié, lejos de la casa, sin dinero y pasando hambre en Santiago, y luego cuando dejé el periódico para empezar en la literatura y luego cuando nació Alicia y comenzamos a vivir juntos Martha y yo, hasta que nos fuimos de Cuba. Sentir su voz cada fin de semana cuando lo llamaba era mi bálsamo, mi pedazo de Cuba que ya no existe más.
Estas palabras eran en principio para expresar mi agradecimiento a todos los que lo cuidaron y acompañaron en todo este tiempo, en especial en estas últimas semanas, las más duras de su enfermedad y su agonía. Al final ha sido mi descarga, mi paño de lágrimas. Y todavía siento que me quedan cosas por decir. Y quedarán más, claro.
Pienso que mi padre se ha ido en paz, aliviado de tantos dolores físicos y heridas más profundas, heridas en la memoria, que comenzaron desde que siendo adolescente tuvo que enfrentar la muerte de mi abuelo Herminio, fusilado por el Coronel Sosa Blanco a la vera de un camino apenas una semana antes de la huida de Batista, y muchos años después la separación de mi madre, de su nieta y de sus dos hijos. Yo no le perdonaré a los Castro que su régimen infame haya provocado la separación de tantas familias. Que mi madre haya tenido que venir a Estados Unidos para salvarme a mí de los problemas políticos que inevitablemente sobrevendrían. Creo que mi padre se sacrificó por todos nosotros al apoyarnos cuando dimos este paso. Aunque esa separación la hemos sufrido todos, mi madre en especial, él fue la principal víctima de eso porque su enfermedad no lo dejó en paz.
Para mí, el verdadero significado del exilio y todo el peso de lo político está cifrado en esa ausencia y en esa separación.
Mi padre se fue quedando solo, quizás en el fondo de su corazón lo haya sentido así, pero si algo sé es que no murió solo. Tuvo personas queridas a su lado y supo que de alguna manera desde nuestros sitios, su familia en el exilio lo acompañaba. Por ello, quiero creer que su viaje hacia la eternidad será mucho menos doloroso.
jueves, marzo 12, 2015
Ómnibus
Las vueltas que da la vida son la nada al lado de las que da el bus número 34.
Lo mejor de estos días: el frío se está apagando y las chicas comienzan a soltarse el pelo y a alejarse de jeans y botas.
A veces llovizna y no ves a nadie usando paraguas. Con el hoodie basta, dirán. Como en Seattle. El paraguas para las películas. Y para olvidarlos en los buses y baños y en cualquier otro lugar. Otro elemento más que me hace sentir extraño. Entre tanta humanidad a medio hacer, chicas y chicos de 20 años, mis canas y mi flat cap han de lucir obscenas. Por eso siempre sale la pregunta: Are you a faculty? No, soy estudiante. Pero también enseño.
Hay un alcalde de un pueblo del México profundo -o es un edil- que le dicen Layín y que le levanta el vestido a una jovencita que baila con él sobre una tarima. Es una muchacha tirando a flaca que lleva bragas blancas o color hueso, y que solo le ríe la ocurrencia. O le dice un "¡Ay, señor Layín!" casi al oído. También Layín ha dicho que como político es distinto de todos, que es honesto porque ha confesado que roba poquito, solo para ayudar. Este Layín merece una postulación seria a la Presidencia, merece que le crean. La política es para tipejos. Solo necesita una buena pareja, no como la chica que baila y se deja hacer.
El año pasado, durante un viaje a Miami, me salió una pequeña llaga en la boca, en el labio superior. Beso de cucaracha, recuerdo que le decían a eso en Cuba. Una ñácara, dirían M. y mi madre, a coro. Demoró en quitarse, de manera que me pasé esa semana medio escondido en la sawesera. Por vergüenza, supongo. Por estos días me ha vuelto a salir. Es el estrés, dice M. Si fuera eso sería una ñácara andante. Pero la he combatido duro. Y ha durado lo que es: una mierda.
Da muchas vueltas este bus.
Lo mejor de estos días: el frío se está apagando y las chicas comienzan a soltarse el pelo y a alejarse de jeans y botas.
A veces llovizna y no ves a nadie usando paraguas. Con el hoodie basta, dirán. Como en Seattle. El paraguas para las películas. Y para olvidarlos en los buses y baños y en cualquier otro lugar. Otro elemento más que me hace sentir extraño. Entre tanta humanidad a medio hacer, chicas y chicos de 20 años, mis canas y mi flat cap han de lucir obscenas. Por eso siempre sale la pregunta: Are you a faculty? No, soy estudiante. Pero también enseño.
Hay un alcalde de un pueblo del México profundo -o es un edil- que le dicen Layín y que le levanta el vestido a una jovencita que baila con él sobre una tarima. Es una muchacha tirando a flaca que lleva bragas blancas o color hueso, y que solo le ríe la ocurrencia. O le dice un "¡Ay, señor Layín!" casi al oído. También Layín ha dicho que como político es distinto de todos, que es honesto porque ha confesado que roba poquito, solo para ayudar. Este Layín merece una postulación seria a la Presidencia, merece que le crean. La política es para tipejos. Solo necesita una buena pareja, no como la chica que baila y se deja hacer.
El año pasado, durante un viaje a Miami, me salió una pequeña llaga en la boca, en el labio superior. Beso de cucaracha, recuerdo que le decían a eso en Cuba. Una ñácara, dirían M. y mi madre, a coro. Demoró en quitarse, de manera que me pasé esa semana medio escondido en la sawesera. Por vergüenza, supongo. Por estos días me ha vuelto a salir. Es el estrés, dice M. Si fuera eso sería una ñácara andante. Pero la he combatido duro. Y ha durado lo que es: una mierda.
Da muchas vueltas este bus.
jueves, marzo 05, 2015
Normalidades
Nos están haciendo creer una gran
mentira, una mentira fabulosa: Cuba es un país normal. Lo bastante como para
ser devuelto a una "realidad".
Están comenzando a desmontar la
anormalidad cubana, a hacerla común.
¿O no es eso, sino que Occidente acabó por
instrumentalizar un viejo acuerdo, que dice que ya no hay porqué juzgar esa
anormalidad?
Una mentira puede fundar un territorio a
su medida, dicen.
miércoles, febrero 11, 2015
Ceremonias
Una versión más corta de este texto que hoy publicó Café Fuerte la leí en la mesa titulada “Imagining Cuba in a Post-Embargo Era: Ideas from the Cuban Diaspora in Texas”, organizado por The University of Texas at Austin el pasado 30 de enero.
Para ver toda la sesión en video, aquí.
Para ver toda la sesión en video, aquí.
martes, febrero 10, 2015
lunes, febrero 09, 2015
Herbert
I
Como un
“hermano mortificado por la culpa histórica”: así queda enunciada la relación
de México con Cuba en Canción de tumba,
de Julián Herbert.
Nunca nos va a quedar
claro si el viaje del narrador a La Habana se explica a su vez por el deseo de
hurgar en esa culpa. Todo lo que nos deja saber es que ese viaje pudo no haber
ocurrido nunca. ¿Por qué en una novela sobre la madre tenía que estar Cuba?
La madre, la prostituta,
se fue un día a un punto en la costa de Yucatán. Alguien le había dicho que en
noches quietas podían verse desde allí las luces de La Habana. “No creas
cuentos. Es nomás el resplandor de los cruceros”, le dijeron. ¿No es esa frase la
más simbólica que hay sobre el opaco
espejismo revolucionario que la Isla de los barbudos tejió por medio mundo?
Allá quisiera irme, le informó
a su hijo, el adicto Herbert. Por el año 1980, ella le dijo: “En Cuba la gente
pobre es más feliz que en ningún otro lugar del mundo.” En 1980, el del éxodo
del Mariel, en muy pocos lugares sobre la tierra se podía articular algo
semejante: México seguía siendo uno de ellos. Y esa puede que haya sido la
razón para que ese hijo se animara a hacer el viaje inhalando y temiendo ser
apresado o deportado. Pero la razón también es otra, esa casi descarada
fascinación que ejerce un parque temático con riesgo asegurado.
Otra vez aparece
transparentada la idea del fracaso nacional mexicano con la esperanza de lo
distinto que encarna la vecina Cuba. Pero Herbert es mucho más inteligente y
mejor narrador que cualquier dopado activista de izquierdas. Se inventa su
propio viaje a Cuba y aunque queda anclado en lo imaginario logra contraponer
su propia idea de libertad a los rígidos esquemas de comportamiento impuestos
por el régimen de La Habana. Herbert traspasa la frontera y se pasea por La
Habana inhalando un imposible brebaje al que nombra “opio líquido”, consciente
de su culpabilidad y de que esa provocación le puede costar su encarcelamiento. Pero transfiere a otro la responsabilidad de estar despierto, su
amigo, su alter ego Bobo Lafragua.
“No sé qué le
reprochamos a Cuba”, dice el autor al inicio de un capítulo. “Esta isla fue el
mero corazón de nuestro tiempo. Pornografía y revoluciones fallidas: eso es
todo lo que el siglo XX pudo darle al mundo.” Aquí ya Herbert carga con los
muchos muertos que ha visto, muertos que ya son su memoria, que se sabe de
memoria. Su viaje a conocer el “comunismo castrista” es el portazo al
adolescente al que alguien de izquierdas le inculcó lecturas que profetizaban
la revolución continental. Pero es un viaje tan fantasmático como la imagen del
niño que aparece cada noche bajo la escalera del hospital con un hueco en la
cabeza. O los comics porno que encuentra en el baño para hombres y que nadie
retira ni roba. O ese perro que se cuela de noche y acaba siendo la mascota del
hospital.
II
Lo distinto lo encarna
también Alemania, adonde viaja a un festival de poesía, pero se la pasa
descubriendo la imagen de México en cada lugar, hay países que viajan en las
maletas. Y puede leerse ese ejercicio como el intento de triangular una
realidad que lo vence, lo usa y lo deja tirado. México, Alemania y Cuba son tres
vértices en los que el escritor siente que ya no hay nada que buscar, que solo cabe
volver a una realidad pura y dura: la enfermedad de su madre, su necesidad de
acompañarla hasta que muera. Las continuas recaídas de la leucemia de la madre
son también metáfora de los retrocesos de un país, de sus propios coqueteos con
las adicciones, el laberinto burocrático para obtener un medicamento con receta
en el hospital, que Herbert no sin sorna llama “terapia ocupacional” –México,
además de todo lo que conocemos por las noticias, es un engorro funcionarial
donde la corrupción campea, ni siquiera hace falta leer la escena del pasaporte
del hijo–, sus propios tanteos de la muerte, tan en la médula de México.
Y sí, habrá muchos Méxicos, pero no hay forma ya
de rebatir que la muerte preside todos esos Méxicos posibles. La
discusión se anima si dices que la relación de los mexicanos con la muerte es
singular en el ámbito hispano y no te salva que eches mano a algún capítulo de El laberinto de la soledad para responder
a quien te acusa de esencialista, pero ahí estarán los diarios y las diversas
metodologías de la muerte para cubrir tus espaldas. Todos esos Méxicos no van a
parar de desangrarse.
Avanzas
en novela tan edípica y te preguntas cómo va a matar ese cuerpo inerte de la
madre, pero llegas al final y descubres que te volaste ese momento porque se lo
voló el autor. Sin dramatismos microlocalizados, la novela en sí es un drama
enorme. No hay que detenerse entonces a relatar esa muerte anunciada, prevista
en el guión: la madre ya está muerta desde el principio. Pero leeremos un
desfile de cuerpos que no cesa, desde un vecino adolescente hasta un líder
sindical de Monterrey, todos muertos.
Canción de tumba es tensión
de una punta a la otra. Y es autorreferencial, sí, desde luego, pero está llena
de resonancias que van de Cioran a Heriberto Yépez. Sin embargo, acaso la tensión
más subyugante tiene que ver con el pulso que Herbert se propone echar para
corroer los códigos al uso de la novela –casi digo que contemporánea, pero no
olvidemos que los buenos libros no compiten ya más con sus coetáneos, sino
hasta con los clásicos que nos fundamentan el gusto–, esos zigzagueos de la
trama, pero todavía más el tono a veces cándido, a veces cínico con el que
consigue mostrar miserias que son y no son solo suyas, también nuestras; las de
una familia amarga, las de un país que da tumbos, pero no encuentra más que
preguntas sin aspiraciones de respuestas, y las de su vida misma, que nació y
creció en medio de tantas privaciones.
Julián Herbert ha escrito la novela que lo
define, la más inquietante, pero también la que se escribe solo una vez porque
no habrá forma de volver sobre ello. ¿Cómo puede un escritor volver a trazar
las rutas de la relación con su madre cuando ya lo ha hecho y el ejercicio es
de una espléndida imperfección, la gran antinovela de México hoy?
III
Dos frases que merecen ser, cuando
menos, mejoradas, si no olvidadas:
“Había entre nosotros una tensión cuya
identidad no me resultaba clara en ese momento pero que ahora puedo describir
como un gran amor al que le han arrancado el picaporte.”
“El sexo entre los dos fue una intuición
de luminosidad.”
Ambas en la misma página, esa bestia nefasta,
la 88.
IV
Uno le dijo: “No me explico por qué te
empeñas en fingir que una ficción tan terrible es o alguna vez fue real”.
Otro: “Tienes que largarte de México. Un
escritor en este país no sirve de nada, es peso muerto”.
domingo, enero 25, 2015
Féretros
En LTI. La lengua del Tercer Reich, Klemperer describe el uso que del término “ceremonias de Estado” solía hacer el nazismo. Nos dice que “el tejido” de aquellas ceremonias “se montaba siempre siguiendo el mismo modelo, aunque en dos versiones: con o sin féretro en el centro. La suntuosidad” del espectáculo, “toda la parafernalia que rodeaba al discurso, se mantenía siempre igual”.
La idea, nos dice Klemperer, era aprovechar el suceso “con la mira puesta en el heroísmo del futuro”: “Una ceremonia de Estado posee un significado histórico particularmente solemne.”
En esa singular ceremonia entre dos Estados al parecer ya no más enemigos que ocurrió el 17-D, está claro que hay un féretro en el centro, pero todavía no sabemos muy bien de quién es. Póngale usted a ese féretro el nombre que mejor se acomode a su interpretación de los hechos.
La idea, nos dice Klemperer, era aprovechar el suceso “con la mira puesta en el heroísmo del futuro”: “Una ceremonia de Estado posee un significado histórico particularmente solemne.”
En esa singular ceremonia entre dos Estados al parecer ya no más enemigos que ocurrió el 17-D, está claro que hay un féretro en el centro, pero todavía no sabemos muy bien de quién es. Póngale usted a ese féretro el nombre que mejor se acomode a su interpretación de los hechos.
Lemebel
En esta entrevista, Pedro Lemebel se confiesa escritor, homosexual y proletario, usa palabras como neoliberalismo, tiranía y a veces se refiere a sí mismo en femenino.
En este otro, tomado en su velorio, Illapú le canta "El necio" -ese énfasis en las palabras "badajo", "revolución", madre mía, cómo lo disfrutan-, hay vivas y gritos de "¡presente!" y las coronas de flores dicen Comité Regional PC Capital y tienen
hoces y martillos.
Esas siglas, PC, por si no lo imaginan, significan Partido Comunista.
Qué cosa tan increíble e inexplicable Latinoamérica, ¿no?
En este otro, tomado en su velorio, Illapú le canta "El necio" -ese énfasis en las palabras "badajo", "revolución", madre mía, cómo lo disfrutan-, hay vivas y gritos de "¡presente!" y las coronas de flores dicen Comité Regional PC Capital y tienen
hoces y martillos.
Esas siglas, PC, por si no lo imaginan, significan Partido Comunista.
Qué cosa tan increíble e inexplicable Latinoamérica, ¿no?
Dominios
La semana pasada compré este dominio. ¿O fue la anterior?
No sé muy bien lo que voy a hacer ahora con él. Pero digamos que he logrado que nadie se me adelante. Sabiendo lo que les ha pasado a otros, no es ninguna minucia.
Desde que aquellos tipos de generosidad tan morbosa me publicaron mi primer trabajo periodístico en un semanario de provincias, yo elegí este nombre. Que no es ni por asomo el que mis padres quisieron, aunque se parece. No puedo decir si lo hicieron por obligación o por autocensura, dos cosas que están no tan indirectamente relacionadas -toda autocensura es por obligación-, o porque alguien se lo sugirió así, tal vez lo hicieron solamente obligados por las circunstancias.
Lo cierto es que convertir el nombre inglés de Michael en Maikel (porque yo los lunes, y siempre, me llamaba así, Maikel), con esa k tan descentrada que tiene tanto de anglo como de vascuence y que a mí siempre se me atravesó como miércoles y de ceniza, era lo más aconsejable si tu madre quedaba embarazada en la Cuba del verano de 1973 y no se podía escuchar ni a los Beatles.
Ustedes llámenle como quieran: querer salir de la manada, anglofilia o simple deseo de epatar. A mí con que no me hayan colado una Y no me bastaba. Esperé muchos años, 39 exactamente, para corregir el error en el país donde siempre creí que era más coherente hacerlo: Estados Unidos.
Así que un día amanecí siendo oficialmente Michael y además ciudadano del mundo libre, y sin nostalgias de una k.
No sé muy bien lo que voy a hacer ahora con él. Pero digamos que he logrado que nadie se me adelante. Sabiendo lo que les ha pasado a otros, no es ninguna minucia.
Desde que aquellos tipos de generosidad tan morbosa me publicaron mi primer trabajo periodístico en un semanario de provincias, yo elegí este nombre. Que no es ni por asomo el que mis padres quisieron, aunque se parece. No puedo decir si lo hicieron por obligación o por autocensura, dos cosas que están no tan indirectamente relacionadas -toda autocensura es por obligación-, o porque alguien se lo sugirió así, tal vez lo hicieron solamente obligados por las circunstancias.
Lo cierto es que convertir el nombre inglés de Michael en Maikel (porque yo los lunes, y siempre, me llamaba así, Maikel), con esa k tan descentrada que tiene tanto de anglo como de vascuence y que a mí siempre se me atravesó como miércoles y de ceniza, era lo más aconsejable si tu madre quedaba embarazada en la Cuba del verano de 1973 y no se podía escuchar ni a los Beatles.
Ustedes llámenle como quieran: querer salir de la manada, anglofilia o simple deseo de epatar. A mí con que no me hayan colado una Y no me bastaba. Esperé muchos años, 39 exactamente, para corregir el error en el país donde siempre creí que era más coherente hacerlo: Estados Unidos.
Así que un día amanecí siendo oficialmente Michael y además ciudadano del mundo libre, y sin nostalgias de una k.
jueves, enero 15, 2015
Je Suis Charlie
Uno de los
asesinos, momentos antes de subir al auto, se agacha a recoger un zapato. ¿Cómo
leer ese acto, cómo descifrarlo? ¿Es eso lo que aporta, digamos, normalidad a
un hecho de tal magnitud? ¿Es solo eso, que un terrorista es gente normal que se
agacha a recoger un zapato mientras ha dejado un reguero de cadáveres? ¿Será
esa la imagen que quedará para el análisis estético de aquella masacre?
Está claro a
estas alturas que el ataque contra Charlie Hebdo es en sí mismo algo más que un
acto contra el arte: es un agravio a los símbolos de la eticidad de Occidente.
Pero lo interesante también es que las imágenes que nos llegaron de la masacre
de Charlie Hebdo estaban llenas de rostros estáticos, al menos nueve si a los
de Charb, Cabu, Wolinski, Tignous y Honore sumamos los tres perpetradores, más la
muchacha de rostro lánguido, pálido, que está desaparecida.
La estaticidad
de tantas fotos contrasta con la dinámica de aquellas imágenes en movimiento
del 11 de Septiembre. No tuvimos rostros cuando cayeron las Torres Gemelas,
tuvimos eso, la espectacularidad de las imágenes en movimiento. Tres mil
víctimas sin rostro. Y muchos quisieron creer que estábamos en
presencia de un hecho estético, la irrupción de lo verdaderamente post moderno
en las pantallas de televisión, el día en que por fin nos adentrábamos en el
siglo XXI.
En el país del
cine, imágenes espectaculares como extraídas de una película catastrofista.
En
el país del arte, una masacre contra artistas.
miércoles, enero 14, 2015
Pasapágina
Dense por invitados al rancho de los pormenores,
los que nunca confiaron,
los últimos que dejo.
Carlos Augusto Alfonso
Un tipo que se lee. Un tipo que lee más como un deseo que como un hecho, pero que siempre está leyendo.
Un tipo en el mundo más mundo, menos marginal. El menos marginal posible.
Un hedonista. Un salvaje. Un tipo que entra de polizon en el asilo de la locura.
Un tipo que no vio la tumba de sus abuelos. Un tipo que emprende el viaje. Y que retorna a un punto. Un punto quizás demasiado distante ya del sitio de partida.
Un tipo pasapágina. Coleccionista. Aletargado. Zumbador. ¿Por qué abriría un blog un tipo así?
No hay nada que hacer cuando no hay nada que decir. Este blog es para cuando haya algo que decir.
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