martes, mayo 23, 2023

Mayo

 


—Si quiere saber mi opinión —empezó en tono curiosamente esquivo—, no me gusta mayo para mis pacientes.
—¿Mayo? —repitió Terence.
—Tal vez sea absurdo, pero no me gusta que nadie enferme en mayo —continuó ella—, las cosas parecen torcerse en mayo. Tal vez sea la luna. Dicen que la luna afecta al cerebro, ¿no, señor?
La miró, pero no pudo responderle; como los demás, cuando la mirabas, parecía encogerse bajo tus ojos y volverse inútil, malévola y poco fiable.
Ella se escabulló y desapareció.


domingo, mayo 21, 2023

Arrufat


Me sorprendió encontrar en uno de los tomos de los diarios de Andrés Trapiello un extenso pasaje dedicado, con bastante cariño y buena onda, a Antón Arrufat. Fue su interlocutor en La Habana de 1995, como buen conversador que era, y lo describe siempre con una jabita, guiño piñeriano. También dice que salpicaba la conversación con un anecdotario profuso, aunque bien que eran historias antiguas, lo reciente no existía. Los detalles se los dejo para que los busquen en Do fuir, tomo noveno de sus diarios. Valen la pena. De nada.

He dicho que me sorprendió y quizás no sea la mejor forma de decirlo, porque puede que Antón haya sido el escritor más "peninsular" de su generación. No galdosiano, claro, que Galdós era canario. Pero sí valleinclanesco. De hecho, Trapiello al retornar a España tras su estancia habanera, se las ingenió para publicar en Pre-Textos el libro de Antón que más le había impresionado: De las pequeñas cosas. (La primera edición cubana, que leí, era sin el "De"). Es el libro que sólo escribe un exquisito, pocos pondrán en duda que fue lo mejor que escribió.

Ya he escrito en otro lado sobre los reproches que Brodsky les hizo a escritores tipo Evtushenko: cuando el Estado soviético autorizó las críticas, fueron críticos. Mientras tanto, bailaron al son de ideólogos y verdugos.

Antón encarnó ese tipo de escritor: demasiado cobarde para plantar cara, demasiado fino, hasta lo viperino, en la crítica sotto voce. Es un clásico de la vida bajo estos regímenes. Nos cruzamos un par de veces. En una de ellas se divertía preguntando todo el tiempo de quién era por fin "el reino", aludiendo a las falsas acusaciones de plagio que pendían sobre la novela Tuyo es el reino, de Abilio Estévez.

Estuve en la fortaleza de La Cabaña en febrero de 2001 cuando leyó su discurso por el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura el año anterior. No pude acceder al salón de actos porque la entrada estuvo controlada por las más altas autoridades del Instituto del Libro y, por supuesto, la Seguridad del Estado. Pero desde afuera escuchamos parte de lo que allí se dijo.

Antón fue crítico hasta donde se podía (y se puede) ser crítico públicamente en aquellas circunstancias y en aquel país. Más tarde leímos el discurso en alguna revista literaria. Habló de su biografía. Dijo parte de lo que le había sucedido tras la publicación de Los siete contra Tebas, su castigo post Caso Padilla, su censura. Y lo cerró citando, claro, a Valle-Incán: "Si no prescinden de mí, yo no prescindiré de ustedes". Le hablaba al poder, no a sus lectores.

Se conformaban con pocos estos escritores, y el plural cobra todo sentido. Ahora tenían el placet, el beneficio de aquellos censores, sus premios, sus viajes. Habían sido por fin liberados de una pesada carga, mientras les llegaban otras. Ahora les sonreían y les enviaban cestas de agasajo con embutidos, frutas tropicales y botellas de ron y vino.

Habían pasado a ser la nueva clase de escritores admitidos en palacio, bajo palio. Eran ya tolerados, mas no intocables. Y lo sabían. Por eso firmaban cartas de apoyo al régimen. Lo que les pusieran delante. Habían sido comprados. Las exigencias de la Historia.

Poeta irregular. Su primera novela, La caja está cerrada, es extensa y soporífera. La otra, La noche del aguafiestas, mucho más breve, se deja leer. Sus otros libros de no ficción, pongamos por caso Virgilio Piñera entre él y yo, que leí en Cuba, contribuyó a completar el necesario mosaico que nos devolvía a un escritor esencial en nuestra modernidad literaria, pero también destacaba por sus escandalosas zonas de silencio. A su manera oblicua, también ayudó a dar forma a la línea que nadie podía cruzar y al hacerlo traicionaba la memoria de quien había sido su maestro.

Los retratos de Antón no nos han faltado, además del arriba mencionado de Trapiello. Me viene ahora a la memoria cómo lo "narra" Cabrera Infante en Mapa dibujado por un espía: amigo, pero taimado. En el Diccionario de autores latinoamericanos, el único juicio de valor que emite César Aira sobre su obra es el de "excelente crítico". ¿Qué conocía Aira del crítico Antón?

En charla mía con un amigo, salió otra vez el tema de aquellas cartas que el régimen hacía firmar como apoyo a su desastrosa gestión de siempre, no importa cuándo leas esto. Si no me equivoco, la suya no estuvo entre las primeras del 2003, cuando el fusilamiento de unos jóvenes que se robaron una lancha para escapar de la isla, puede que la hayan sumado después, que el festín de firmas duró varias semanas. Lo cierto es que Antón estampó su nombre en alguna de ellas alegando que, a la vuelta de algunos años, nadie se acordaría de aquello. Yo lo voy a recordar, le contestó el amigo, hoy en Miami. Aquí estamos todos recordándolo.

Para Antón, el abrazo del oso de la Vieja Fe trae consigo un trasiego de la memoria: la creen selectiva. Educado en el ejemplo del Caso Padilla, había que ser astuto y no sacar conclusiones erradas. Pienso en Milosz: El hombre es apenas un instrumento en la implacable orquesta dirigida por la musa de la Historia. Sus víctimas caen como moscas.

Pero hay más: Antón era un tipo de escritor que por su naturaleza quiere erigirse en autoridad estética. Cree necesario dictaminar los rumbos de la literatura nacional, repartir carné de escritor con acceso exclusivo a su capilla. Un poco como el moralista que describe Milosz: no escribe frases, las destila. No creo que sea coraza lo que no pasa de ser enfermedad pueril.

Lo vi desdeñar en público a la literatura realista, como vi no hace mucho manifestarse a más de uno en desprecio de Eduardo Heras León y sus dizque discípulos. A mí eso me llena de tierna fascinación. Hay una línea directa que va de Caballería roja a Los pasos en la hierba, y no es sólo el estalinismo. No pudiendo plantear batalla en otros frentes más definitorios en lo político, se sumergían en el barro con acusaciones de bajeza literaria en el más inocuo terreno donde nadie podía ganar nada, mucho menos unos pocos vigilantes del estilo.

El Estado totalitario es esa fuerza que apenas si nos deja administrar el miedo. Sabíamos que Antón estaba lleno de ese miedo y sobre todo de dudas. De ambas cosas no nos dejó, lo digo como lector, demasiados testimonios.

Addendum: En el blog de Enrique del Risco, una carta de Virgilio Piñera que habla por sí sola.