sábado, diciembre 02, 2023

Behar


Este libro es la historia de otra demolición: la de la comunidad judía cubana.

Dueña de cierta prosperidad en los años 50 del siglo xx, la llegada del castrismo le arrebató toda posibilidad de crecimiento. Tras 1959, no fue hasta 1993 que se pudo realizar la primera ceremonia de conversión de nuevos practicantes.

La autora, Ruth Behar, comenzó a realizar viajes a Cuba en los años 2000 en búsqueda de la huella familiar y su exploración se extendió por varios años hasta el confín más oriental de la Isla, allí donde quedara algún descendiente.

Profusamente ilustrado con fotos, no es poco lo que nos deja saber sobre los restos de una comunidad que sobrevivió a duras penas a base de ayuda exterior y también de cierta tolerancia por parte de la sociedad totalitaria, quizás porque detectó que era muy minoritaria y estaba desarticulada. Me sorprendió enterarme de que todavía existía en Centro Habana una carnicería "kosher" atendida por dos vendedores que se las arreglaban para irse a Nueva Paz a buscar carne de res.

Está repleto de detalles que se vuelven más interesantes y curiosos si tenemos en cuenta que hablamos de una sociedad cerrada, policial y totalitaria: la creación en los años 2000 de un hotel en La Habana sólo para la comunidad judía extranjera (Hotel Raquel), que comenzó a viajar con cierta frecuencia a la Isla; los dos cementerios judíos en las afueras de La Habana y algunos en las provincias, y cómo al final del viaje la comunidad sigue diezmada porque muchos de sus entrevistados se establecieron en Israel gracias a la Ley del Retorno.

Lo más difícil de asimilar por parte de un lector que conoce profundamente la naturaleza represiva de ese régimen, es el tono y ciertos usos retóricos (a veces no desprovistos de cierto matiz de admiración) con que Behar se refiere, por ejemplo, al Che Guevara. Me fui encontrando con ciertos indicios a medida que avanzaba en la lectura, hasta que llegué a la sección de los viajes a las provincias, en particular a la ciudad de Santa Clara. Llamarles "compañeros de lucha" a los miembros de una banda de criminales (imbuidos de ideología y prestos a salvar al mundo de la podredumbre capitalista, pero criminales a fin de cuentas) no queda compensado con decir que la figura de Fidel Castro le causa rechazo. Además de que es una retórica demasiado al uso del periódico Granma y la propaganda oficial.

Behar se cuida mucho de lanzar algún juicio contra las políticas minuciosamente destructoras del régimen cubano, aunque sí encuentra un espacio breve para señalar el embargo como causa de la miseria en la que viven tantos cubanos.
A mí siempre me ha parecido que excusarse en una profesión (la antropología, la literatura, la academia, etc.) para pasar de puntillas sobre la verdadera razón del desbarajuste cubano es cruzar una curiosa línea moral que lleva a ejercer abiertamente la crítica dura a las sociedades democráticas, capitalistas y abiertas donde sabes que nada va a sucederte en términos de represión y escarnio, mientras se calla y se cuida hasta el detalle de no ejercer la crítica del régimen castrista y mirar para otro lado ante sus atropellos. Porque no basta con decir que Fidel Castro no le gusta, como si se tratara del sabor de un helado, se trata de que no hay forma de relatar algo dentro de una sociedad policial sin que nunca aparezca el policía.

El libro en su conjunto es una gran crítica, faltaría más. No existe otra forma de narrar la terrible realidad cubana que mostrando la absoluta irresponsabilidad de los gobernantes castristas que primero lograron expulsar a cada judío dueño de su negocio, por minúsculo que este fuera, y luego instauró un hotel para invitarlos a que vinieran a dejar su dinero.

Queda la impresión de que Behar viajó a Cuba en busca del judío imaginario, ese que todo el mundo, en especial el Homo Antisemita, tiene en mente cuando le da por querer englobar y adocenar a una comunidad tan diversa. Se encontró con una no-comunidad, un colectivo disperso y que en algunos casos desconocía normas elementales de la cultura judía (uno de los entrevistados le confesó que mandó a preparar una cena a base de cerdo asado para recibir a un visitante extranjero).

Esto no lo incluye Behar en su libro, pero algunas fuentes han revelado que uno de los criptojudíos famosos de Cuba (citado por la investigadora Eugenia Farin Levy en un ensayo inédito que leí en la red) fue el Obispo católico Pedro Agustín Morell de Santa Cruz (1694-1768). De él se dice que cuando sintió próxima la hora de morir se volteó de cara a la pared, como suele ser la costumbre judía, y recitó el shemá, plegaria hebrea que se pronuncia en momentos muy solemnes.

Unas breves líneas sobre la edición: a diferencia de la edición en inglés, que luce cuidada y hermosa (la he consultado en línea), este artefacto más feo no puede ser. Sin diseño interior, sin gracia. El uso de las fotos es caótico.

Ruth Behar: Una isla llamada hogar (Linkgua Ediciones, Barcelona, 2010)