sábado, diciembre 15, 2018

Otoño

La renuncia, más que la incapacidad, a tratar de dar coherencia o consistencia a un discurso crítico es lo que anima estas notas, que se quieren más como instantes o fracciones de una conversación escuchada tras un biombo que como serenos fragmentos de unas disquisiciones sobre la imposibilidad de articulación de un arte de leer. Toda escritura es siempre arbitraria y apunta al caos. Es inútil aspirar a un ordenamiento desde la escritura, dado que esta es por naturaleza implosiva, sistematiza el absurdo de dar coherencia a universos ficcionales e incide en la imposibilidad de anhelar comunicar algo.

viernes, diciembre 14, 2018

Entrevista

"En lo personal, no me interesa el diario como laboratorio, sino apenas como muestrario o acaso como eco o rezago de alguna posible conversación que ya ocurrió. A fin de cuentas, también puede ser un desvío de la ficción o ficción misma, por qué exigirle al diarista apego a la verdad. Una vez escrito, dejó de ser tuyo. Quién habla ahí, a quiénes le pasaron esas cosas, qué va a sacar en claro un lector de todo eso.
Se dice que el diario es el género de la modernidad. Y si bien es cierto que en su tejido están siempre los mimbres de lo contemporáneo, su moldura no cambia. Son tiempos de sobreexposición y si vamos a ser contemporáneos, el diario podría ajustarse a ello a la perfección."

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Una entrevista en El Nuevo Herald, gracias a C.A. Aguilera.

viernes, noviembre 23, 2018

Negroni

La pasión por el artefacto mínimo es lo que ha llevado a Negroni a fijar la mirada en Cornell, Dickinson y Satie. Toda pasión es siempre pasión por el abismo, pero sólo ante la posibilidad del abismo puede uno evolucionar, o sea, tomar conciencia de nuestra brevedad. Al servir a un Dios, la música es el primer intento de competir con él. La poesía, sin embargo, no compite: la poesía es exponerse, quedar a la intemperie abierto al castigo del absoluto. 

viernes, octubre 12, 2018

Huraño lector

Siempre ante el dolor que se revela como causa de muerte, pero también ante la imagen de una biblioteca ardiendo, siente que está ante el tiempo, el vacío del tiempo, las revelaciones de una presentida fugacidad.

Para una definición del lector huraño

Y además: 
Notas de un mal voyeur, uno y dos.

martes, agosto 14, 2018

Entrevista

La periodista Tania Costa me envía desde España un cuestionario que respondo no sin cierto asombro. La entrevista ha sido publicada en CiberCuba. La copio aquí completa porque las "fechas de expiración" de los diarios digitales son a veces imprevistas.

Poeta Michael H. Miranda: "Mi pasaporte ahora no es cubano ni lo será mientras el gobierno insista en humillarme"


El poeta cubano Michael H. Miranda nació en el municipio holguinero de Cueto, en 1974. Ahora vive en Fayetteville, Arkansas, donde da clases de español en una universidad. No come de la poesía, pero no deja de escribir. Escribe porque lee. Es su pasión.
Con CiberCuba ha hablado sobre el exilio, la reforma de la Constitución o el futuro de la Isla. También, como exigiría Umbral, de su libro Asilo en Brazos Valley, en el que habla una voz, que él confiesa que estuvo buscando durante años.
Michael H. Miranda lamenta que haya cubanos con valor para atravesar la selva del Darién y no para intentar cambiar la vida política de su país. Aunque le hemos tirado de la lengua, ha pisado sólo los charcos que ha querido pisar.

¿Qué habría sido de Michael H. Miranda si no hubiera nacido en Cuba? ¿Ser cubano cambia las cosas?
Lo primero no lo sé, pero es algo que tengo siempre presente viendo crecer a mis hijos en otro país.
Para lo segundo debo decir que Cuba y lo cubano son ahora como un rumor, un asunto entre muchos otros. ¿Hay una fatalidad específica por haber nacido en un país sin economía y donde al adoctrinamiento le llamaban educación? Es posible, sobre todo cuando sales a un mundo que se ordenó a un ritmo diferente y con otras normas.
Esas son las dos catástrofes mayores de más de medio siglo de castrismo, la economía y la educación. Nos permearon la ausencia de modales, una suerte de carácter destructivo, el irrespeto por el otro, el grito, el chantaje policial de la política, la envidia en forma de delación.
Sabíamos quiénes eran Homero y Virgilio (antes, al menos), pero no sólo nos negábamos a decir “por favor” y “muchas gracias”, sino que además perdimos conceptos como libertad y democracia.
O sea, como apunta Masha Gessen, hay generaciones enteras que ni siquiera saben de qué fuimos despojados. En ese sentido, hay una nueva alfabetización por realizar.

¿Qué siente por Cuba? ¿Duele?
Lo que siento no lo tengo ahora más claro que antes. En Cuba nací y eso nadie lo puede cambiar. Está en el origen, forma parte de la biografía y ni siquiera hace tanto que salí de allí, apenas diez años. Duele como puede doler aquello que causa impotencia, lo que uno desea cambiar, pero no puede.
He sabido de exiliados cubanos que nunca adquirieron otra ciudadanía. Uno puede entenderlos como síntoma de algo, la esperanza de un cambio que ya no va a ocurrir de la manera que pensaban. Lo entiendo, pero no ha sido mi caso. A los cinco años de llegar a un aeropuerto norteamericano preparé los formularios y todos en la familia nos hicimos ciudadanos de Estados Unidos, que, dicho sea y no de paso, fue al menos desde 1959 el único país de verdad comprometido (hasta donde puede un gobierno extranjero sin usar la fuerza) con que en Cuba cambiaran las cosas.
De modo que mi pasaporte ahora no es cubano, ni lo volverá a ser mientras el gobierno aquel insista en humillarme por querer ser libre. Es la coartada perfecta para resistirse a cualquier filopatría.

Cuando mira hacia adelante, ¿cómo ve a Cuba? ¿Qué quiere para su país?
Me tengo a mí mismo como un escéptico con todo lo que se relaciona con Cuba. Como se describió Magris alguna vez, puede que sea optimista con la voluntad y pesimista con la razón. A partir de ahí construiría un país imaginario que jamás coincidirá con el país real.
Se vale creer que si un joven cubano es capaz de cruzar la selva del Darién o las montañas centroeuropeas para asentarse en un país de economía libre, debería entonces tener la fuerza para organizarse y empujar porque las cosas cambien de una vez en la Isla. Eso no está pasando todavía, al menos no explícitamente.
El castrismo ha construido una especie de trampa perfecta, nada parece desestabilizarlo y el desfasaje para colmo ha terminado jugando a su favor. Ahora mismo la idea democrática, siempre tan imperfecta pero mejor que cualquier autoritarismo, está siendo muy cuestionada en lo que desde Cuba llamábamos “el mundo libre”, o sea, Occidente, el viejo puritanismo nos llega travestido de nueva corrección política y los movimientos anticapitalistas ya inciden en la formación de gobiernos con la intención más o menos clara de destruir la democracia.

Entre cubanos de la Florida el término balsero tiene una connotación peyorativa. ¿Por qué cree que Miami reniega de ellos?
Nunca he vivido en Miami, pero imagino a qué te refieres. Mi hermano fue uno de esos balseros de 1994 que fue enviado a la base de Guantánamo y lo escucho llamar “balsero” a sus amigos.
Quiero entender que no te refieras a Miami como un todo, sino a cierto sector que los estigmatizó, como les pasó antes a los que llegaron en los sesentas y luego a los Marielitos, y ahora a los que atravesaron Centroamérica. La estigmatización, burlesca o no, del último que llega es una forma muy extendida de higienización contra todo lo que representa ser cubano.

Cuba acaba de aprobar un borrador de la reforma de la Constitución. ¿Le quita el sueño? 
Los textos constitucionales bajo las dictaduras de partido único como la que impera en Cuba son papel de fumar, parte de un paisaje del absurdo. La sociedad sigue operando en base a permisos, no atendiendo a derechos. Ahora será una en la que los gays podrán casarse, pero no protestar ni formar un partido político.
¿Recuerdas que la Constitución decía que no se podía tener doble ciudadanía y que se perdía la cubana al adquirir otra? En propiedad nunca se cumplió, pues te obligan a comprar otra vez esa ciudadanía originaria en la forma de un pasaporte carísimo para poder viajar al país donde naciste y de paso ser filtrado y que decidan si puedes entrar o no.
Cuando reclamo para mí la condición de exiliado lo hago en primer término para posicionarme ante un régimen que permanece enquistado y parece fuerte e inmune a cualquier agravio, y que se las arregla muy bien para desactivar cualquier diferencia o ataque.
Pero la clave estará siempre en la gente. Si no hay una conciencia clara en los cubanos, una conciencia que produzca subversión, de que ese estado de cosas es insostenible y que lo es por un tipo específico de gobierno y ordenamiento social, no vamos a ver su final muy pronto.

¿Cómo ha encajado la emigración en su escritura?
Unos años antes de salir de Cuba ya estaba a la intemperie en una especie de insilio. Colaboraba con la revista Encuentro, lo cual especialmente en provincias era poco menos que ser agente de la CIA. Pero debo decir que, después de la separación familiar, lo más doloroso fue la pérdida de aquella biblioteca, la primera que construí.
Ya en Estados Unidos se sufre una transformación muy profunda en todos los órdenes. Los nexos con los lectores de tu país se rompen. Toca reinventarse y ese es un camino muy incierto, no sabes si terminarás de profesor, traductor o mesero.
En 2014 publiqué un libro con poemas que en su mayoría pertenecían a los últimos años del insilio cubano, por lo que quizás ahí no se note tanto el desvío posterior al viaje. Mi poesía actual la veo en otro registro, enfilada hacia una arbitrariedad de la escritura, lejos de ciertos automatismos pasados, de ciertos ritmos o cadencias que ya no puedo ejecutar. Creo que el lenguaje de la poesía es eso, una sistematización de lo arbitrario que es siempre implosiva, menos ordenada y más articuladora de otras combinaciones. Y más retadora de nuestros modos de leer, de toda idea de legibilidad. Es desde luego artificio, pero no hay procedimiento literario que no lo sea.
Todo eso creo que se lo debo al viaje.

¿Qué siente un poeta cada vez que sale una estadística certificando que sigue cayendo el número de lectores? 
Es siempre desolador para alguien que escribe, pero los poetas en particular tienen gran entrenamiento en lidiar con estadísticas así.
Es un momento muy extraño este que vivimos. Las traducciones del Quijote a una lengua contemporánea compiten con las peticiones de prohibición de novelas como Lolita, de Nabokov. La primera porque supuestamente las generaciones nuevas no entienden el español cervantino, y la segunda porque hay muchas personas que desean que vivamos en una cápsula en la que ni siquiera la literatura tiene licencia para operar con las miserias humanas.
Esa es la educación moderna. Qué va a quedar para el Cervantes de “la caterva de los libros vanos” y sus frases tan memorables, como aquella que dice: “No excusarás con el secreto tu dolor”. O del Martí que escribió: “Las oscuras tardes me atraen cual si mi patria fuera la dilatada sombra”. O el Lezama que habla de planchadores de cenizas y un tiburón de plata en el centro de una alcoba.
A tono con los tiempos, el Nobel no reconoce a John Ashbery, sino a Bob Dylan, y ha debido cerrar temporalmente por escándalos sexuales.

¿La imagen melancólica de los poetas es una leyenda urbana? 
Esa es una visión demasiado extemporánea del poeta. Entre Albert Béguin y Safranski, o incluso aquella biografía de Byron que escribió André Maurois y que leí en Cuba hace como 25 años, pueden explicarlo mejor que un poeta nacido en el Caribe, sobre todo después de que han pasado dos siglos y un Valéry. No más de eso.
Un poeta no es un ser más atormentado, incomprendido, destinado a morir épicamente o al suicidio que otras personas. No hace sino aquello que siempre hizo el arte, que es desenfocar la realidad, violentar su mundo y reconfigurarlo, traducirlo.
Hay que ser transversal, quebrar la “maquinaria estética” que dicta cómo hay que escribir y comportarse, y eso implica saber que la escritura de poesía no es superior ni inferior a los otros territorios de la literatura, que hay poetas y novelistas y cuentistas y ensayistas que merecen ser más recordados que otros.

¿Se obliga a escribir o no puede evitarlo? ¿Escribir le agota, le libera o es su trabajo?
Escribo porque leo, o sea, no lo puedo evitar. Tengo disciplina lectora, mas no para escribir todos los días. No me voy a la cama sin haber leído, aunque sí sin haber escrito. Descreo de la “producción” continua en literatura. Producir es un verbo ajeno a la literatura, pertenece a otros ámbitos.
No me agota ni me libera. Trabajo no es, pues hasta ahora no he ganado ni un centavo escribiendo. Colaboro con revistas que no pagan y publico libros por los que no gano nada. Mi trabajo es enseñar español en una universidad americana. Escribir forma parte de un aprendizaje desde y hacia el placer. La persistencia a pesar del fracaso es lo que sigue marcando al escritor en cualquier playa albina.

¿Qué siente cuando ve publicadas listas de jóvenes promesas literarias cubanas que usted considera que nunca pasarán de ser promesas? ¿Lo incluyen?
Estoy al margen de esas listas por prescripción familiar. Ya no se tiene la voracidad de los veinte años, la inocua ambición de conocer a la vez lo sustancial y lo superfluo. Ese tiempo pasó. Me interesan más los escritores transterrados, desarraigados, sin identidad de gueto, los creadores de una Playa Albina y de un boarding home.
Hay por ahí una entrevista de Lorenzo García Vega donde se autodefine como un no escritor. Y pienso que esa es una condición propia del exiliado, del hombre sin asideros, sin interlocutores, casi sin lectores, muy corrosiva, muy provocadora para quienes no escribimos novelas de detectives ni poemas Buesa.
En ese sentido, si Cuba es el grito, el exilio es siempre asordinado.

¿Hay talento poético en la diáspora cubana? ¿Quiénes son, en su opinión, los mejores? 
Si hablamos de talento, diría que ni más ni menos que dentro de la Isla. Pero también tendríamos que aventurar una definición de ese “mejores”. ¿Mejores para quién o según qué?, sobre todo a partir de una diversidad de experiencias de lectura. Los “mejores” serán siempre los que uno relee, a los que uno vuelve siempre, una especie de galería o estantería privada donde hay libros que con sólo abrirlos al azar descubro una frase que me impulsa a escribir, a reescribirla.
Dos nombres entre varios: no hace muchos años descubrí dos escritores del exilio cubano que han representado un vuelco en mi manera de leer nuestra propia tradición, ya mencioné a Lorenzo García Vega, el otro es Octavio Armand, sus ensayos sobre todo.

A los cubanos nos gusta lo bueno. Díganos qué libro suyo podemos regalar a alguien a quien se quiera impresionar.
Tendría de nuevo que preguntar por el significado o el “para qué” de ese “impresionar”. Con el tiempo he entendido que se escribe tomando desvíos, desmenuzando la fluidez del texto y alterando el sentido de la frase para perturbar o provocar algo en el que lee.
El libro entonces sería Asilo en Brazos Valley. Es mi libro USA, mi libro iu-es-ei, mi descritura del caos. La voz que ahí habla es una que estuve buscando por años, dándole vueltas a la idea de recomenzar, pues creía que lo había perdido todo en términos de escritura. Era ingenuo: sólo tenía que mirar a mi biblioteca, volver a esos libros. Porque fueron otra vez los libros, mis lecturas, quienes provocaron en mí otra forma de mirar y ver, que es otra forma de leer.

Foto: Martha Ma. Montejo. En el Hospicio Cabañas, Guadalajara, México, 2017.


martes, mayo 08, 2018

Sanskrit

Los libros de un lector exiliado, aquí otro más.
Los distintos registros de una escritura exiliada, si cabe.

Y aquí, una recomendación, que de mi parte en realidad son siete.

jueves, mayo 03, 2018

Piglia

El único escritor cubano que Piglia menciona con alguna regularidad es Virgilio Piñera. Me refiero no sólo a los Diarios de Emilio Renzi, cuyo tercer tomo me acompaña en estos días, sino en especial a las múltiples conferencias, intervenciones y entrevistas que pueden verse en internet. Otro podría ser Cabrera Infante, cuya novela Tres tristes tigres y algunos cuentos valoró mucho el primer Piglia, pero no voy a abundar en ello ahora porque me llevaría a otro tipo de exploración y reflexión. Muy esporádicamente en los Diarios de Renzi también son mencionados Padilla, Carpentier y Retamar. 
A Piñera lo recuerda sobre todo por haber dirigido el comité de traducción del Ferdydurke. Abundan las muy agudas ideas de Piglia sobre el tema de la relación escritura-traducción-modos de leer, y en ese sentido el trabajo del equipo encabezado por el escritor cubano le sirvió para señalar, entre otros temas, la dificultad que entraña siempre la mediación del traductor en literatura y de que las traducciones, así como las modas lingüísticas y los estilos literarios, envejecen. 
De Piñera también incluye una anécdota que cuenta en los Diarios de Renzi. Resulta que cuando Piglia viajó a La Habana por primera vez, segunda mitad de los 60 -no olvidar que su primer conjunto de cuentos, Jaulario, obtuvo una mención en el premio Casa de las Américas en 1967, cuando ganó Benítez Rojo-, Piñera le rogó que salieran a conversar afuera pues lo espiaban, todo estaba lleno de micrófonos. La anécdota parece ser el detonante para la "distancia afectiva", permítanme llamarla así, que a partir de entonces mostró Piglia, siempre tan cerebral, tan hipocondríaco, hacia la revolución cubana, coincidente también con la invasión soviética a Checoslovaquia, apoyada por Fidel Castro.
Su otro nexo con la "cosa cubana" sería la figura de Ernesto Guevara, y hacia ahí va la mirada en esta nota para Diario de Cuba.

sábado, abril 07, 2018

Bibliofilia: Canetti


"No me arrepiento de esas orgías de libros. Me siento como en la época de la expansión para Masa y poder. También entonces todo sucedió por aventuras con libros. En Viena, cuando no tenía dinero, gastaba todo lo que no tenía en libros. En Londres, en los peores momentos, conseguía, contra viento y marea, comprar de vez en cuando libros. Nunca he aprendido nada sistemáticamente, como otra gente, sino por excitaciones súbitas. Siempre empezaban con que mi mirada caía sobre algo que tenía que poseer fuera como fuera. El gesto de coger, la alegría de tirar el dinero por la ventana, el transportarlo a casa o al local más próximo, el contemplar, acariciar, hojear, el guardarlo durante años, el momento de un nuevo descubrimiento cuando las cosas se ponían serias --todo esto es parte de un proceso creativo cuyos detalles secretos desconozco. Pero en mi caso nada sucede de otro modo, y por lo tanto tendré que comprar libros hasta el último instante de mi vida, sobre todo cuando sé con seguridad que nunca los leeré.

"Creo que es también parte de la rebeldía contra la muerte. Nunca quiero saber qué libros entre esos se quedarán sin leer. Hasta el final no está determinado cuáles van a ser. Tengo libertad de elección, puedo elegir en cualquier momento entre todos los libros a mi alrededor, y por ello tengo en mi mano el curso de mi vida."

Apuntes 1973-1984 
Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2000, p. 11-12.

jueves, abril 05, 2018

Odradek



A los artefactos de toda laya que abundan en la cocina, han sumado ahora, con alegría y sin ápice de turbación, una freidora eléctrica de aire, penúltima muestra de nuestro total y ya irreversible hundimiento como especie. 

El entusiasmo primero llegó, de quién si no, de mi madre, que quedó absolutamente trastornada cuando la vio, dónde si no, a un paso de la Arteria 40, allá en Miami, factoría de todas nuestras paradojas. Tanta lata dio con eso que en pocas semanas ya estaba aquel espantoso ovoide, arrogante en su tiesura ruidosa, sobre la meseta, conectado y reclamando pechugas, papas y atenciones. 

Yo digo que esta máquina diabólica, que haría maldecir a todo espíritu sublime desde el origen de los tiempos (ah, lo que haría de ella León Bloy), es un desafío concreto a mi visión del mundo, pero qué hacer, me toman cansado, con reacciones mermadas ante el triste espectáculo del mundo. ¡Y lo bien que se ha adaptado ese monstrico a la dulzura de M., dueña de las recetas y los tiempos!

Un aparato, una prótesis, otra, que nos separa un poco más de sabores antiguos, nos anula como humanos al negarnos una parte consciente de nuestra naturaleza: la que clama en el desierto por sustancias emanadas de los dioses, como la manteca de puerco, también el crepitar de algunas pieles de mamíferos. Habíamos ganado el universo cuando hace unos días floreció el primer jacinto y antes apareció el helado de sea salt caramel. Pero ya esto es el nuevo y temido gran salto adelante que aterra a una sensibilidad moderadamente conservadora. 
Mi odradek, cuya definición desvela a generaciones. 

Prueba al canto del despeñadero que habitamos, mi crepúsculo. Mi temor mayor es que pronto comience a hablarnos, su aliento aséptico, mas con un insoportable timbre metálico.

Completará entonces su condición de cyborg, uno que me han plantado en primavera fría, con el que deberé convivir.

sábado, febrero 24, 2018

Adiós a todo eso

L se suicidó el viernes 26 de enero por la mañana. Lo encontraron todavía vivo, ya sin oxígeno en su cerebro. Y estuvo vivo, si podemos decirlo así, conectado a las máquinas hasta el martes 30. Todavía un mes después tenía su número entre mis favoritos en el teléfono, la foto en la que estamos abrazados en el comedor de su casa, listos para ir a un concierto de Paquito de Rivera.
L no resistió estar un instante más entre nosotros y de alguna manera todos deberíamos sentirnos responsables por eso, incluyendo por supuesto a sus amigos. Pero es estúpido pensar de ese modo. Qué mano lo hubiera retenido si su hija pequeña no pudo. Todavía no lo puedo pensar con claridad. La vida se nos vuelve del todo ilegible, esto lo dije en otro lado cuando las máquinas lo mantenían respirando artificialmente. La muerte así, de alguien como él, nos trastorna, no nos permite ver ni entender nada con certeza. 
El acto suicida elimina toda interrogante: el vacío que deja supera cualquier deseo de querer saber.
Es el final, un adiós a todo eso.
Supongo que tendrá por fuerza que llegar ese día en el que dejemos de preguntarnos de una vez cómo ha podido ocurrir una muerte así. Y aún entonces seguiremos sin entender nada.
La sensación de que no es el final de lo terrible sino apenas el comienzo de una estación gélida que nos va a dejar marcados para siempre.
La vida es el invierno, dijo Bernhard.

II
M y yo hicimos un viaje largo y tristísimo el mismo día en el que se decidió desconectarlo de las máquinas, su corazón todavía latiendo, pero su cerebro ya sin funcionar. Todo lo que vimos en la que fue su casa era su ausencia, también la nuestra futura en un lugar tan frecuentado y querido para nosotros desde que llegamos allí por primera vez. Vimos un vacío tan enorme que los abrazos a Y, su mujer, y el llanto de todos frente a ella, a veces fuerte, a veces deshecha, no podía abarcar.
Ese día escribí una breve nota que despertó la reacción un tanto airada de un amigo suyo. No conocía a esa persona ni L me había hablado nunca de él. Me recordaba ese amigo que él y otro más eran los únicos amigos verdaderos de L y que yo solamente buscaba el goce fácil de algunos likes, decía también que mi nota era demasiado poética (una acusación de poeta o intelectual justo ahora, como recuerda Barthes en una nota al pie en su Diario de duelo) y que ahora sólo debíamos ayudar a la familia de L. Después intentaba rectificar en un segundo mensaje, donde me dejó la impresión de que con el primero no había reparado en el dolor que M y yo sentíamos, además del desconcierto cuando no somos capaces de comprender algo tan terrible. No respondí sus mensajes porque, en verdad, no tenía ánimo para interactuar con nadie y porque nadie tiene derecho a cuestionar el dolor del otro; todo lo imaginamos a partir de la caída, dice Kafka en alguna parte.
Pero sí gracias a eso recordé el universo tan plural de las amistades de L, algunas comunes, la mayoría no. Algunas respondían a su etapa habanera, donde había colaborado como periodista independiente con el poeta Raúl Rivero. L casi no hablaba, no conmigo, de esa etapa de su vida. Era como si no le diera demasiada importancia o la considerara parte de un pasado en el que no había necesidad de insistir, quizás madurar es eso. Lo cierto es que nuestras conversaciones, y fueron muchas, giraron sobre los temas más diversos, pero siempre se fraguaron en torno a la literatura. Compartíamos manías librescas y creo que L era un lector bastante disciplinado, con más libros en inglés que en español, pero siempre pensé que como escritores y lectores estábamos en las antípodas y que también por eso nos habíamos hecho grandes amigos. L insistía en sus historias de costumbres criollas, pueblerinas, de situaciones graciosas y personajes bordes y enloquecidos; su percepción de la literatura difería de la mía y continuamente hacíamos chistes sobre el tema. Lo que no era comprensible para él no merecía la pena y yo le repetía siempre lo mismo, que el acto de leer tenía que ir más allá de toda comprensión, y creo que por eso no me consideraba un lector, un destinatario de sus cuentos.
Entre los comentarios a esa nota, había algunos de sus ex alumnos y otros conocidos. No sé a derechas cómo llegaron a mi muro, sospecho que se corrió la voz de su muerte y pusieron su nombre en el buscador. “Rest easy, Mr. E”, así lo despedían. La frase corta y ligera, en un momento de tanta gravedad, no tiene sentido en su traslación literal al español. Que el descanso le sea leve, podríamos aventurar la traducción.
Pero no, no hay ninguna levedad en nada de esto. Es como si uno se dejara llevar por el morbo idiota de querer saber si hay un secreto supremo detrás del suicidio de L. O corroborar que tenían razón sobre el suicidio en Inglaterra o Noruega: es el invierno, siempre húmedo, nebuloso y triste, hasta en las llanuras de Texas es así. Por no mencionar a quienes hacen de las interpretaciones morales del suicidio un nuevo caso para los inspectores del fundamentalismo. Ninguna levedad, cero likes.

III
No voy a tener un lugar donde ir a hablarles a los restos de mi amigo porque de un tiempo a hoy lo que se estila es la cremación, que por todo resto deja cenizas. Y muchas veces esos polvos tienen como destino el mar o un descampado o la ladera de una montaña o alguna rivera asociada a la infancia, mil sitios probables. Sumar a eso la condición del exiliado, nadando siempre en aguas no conocidas, habitando un no lugar, enseñando una lengua en la que nadie te lee.
Todo conspira. Mi buen amigo no existe más y su lugar entre nosotros ha cedido paso a un vacío y a una pregunta que no encuentra respuesta. En estos tiempos nadie piensa mucho en un lugar asociado al reposo de quien nos ha dejado y a donde podamos acudir a recordarlo y hablarle. Un becqueriano lugar “donde habite el olvido”, a la intemperie de todas nuestras soledades, lejos ya de las preguntas y los reproches. Nuestro tránsito por la vida puede ser precario, o no, pero tras ella, tras la muerte, reconforta un poco saber que podemos reencontrarnos con nuestros propios pensamientos dedicados al amigo que ha partido, al que no pudimos entender ni mucho menos ayudar para que no se matara.
Uno tiende a veces a creer que una persona que deja de fumarse un tabaco cada viernes porque le acelera la caída del pelo no piensa en matarse.
Que tampoco se mata quien no se toma un medicamento para no sufrir sus efectos secundarios.
O quien tiene una hija de ocho años que lo adora, que tiene en su padre su gran vehículo de relación con el mundo.
Y es falso, es todo mentira.
Sí se mata.
Mi amigo L lo hizo.
De ahí la magnitud de su tragedia y también de nuestra amputación, la incapacidad para comprender lo que ha hecho.

IV
El suicidio de L me ha entristecido en lo más profundo y me veo como un mutilado que no piensa más que en la voracidad omnipresente y atroz de la muerte. Es resultado, sobre todo, me digo, del absurdo de su partida, el imperceptible susurro del que muere frente a la algarabía del estar vivo.
Como si en cada piedra avistada en el camino el fantasma de Lorca nos recordara lo lejos que está Dios de nosotros.
Tras la muerte de un ser querido, amigo entrañable, su voz y su recuerdo quedan como suspendidos, como gravitando, y su nombre ya no lo pronunciamos, ya no podemos, pues es poco menos que la confirmación de nuestra culpa y nuestra fugacidad, y la distancia que se impone entre su oscuridad y la nuestra.
Sin embargo, creo, con Camus, que matarse es confesar, dejarnos saber que la vida lo aniquiló, lo sobrepasó. Ese amigo del que habla Camus en El mito de Sísifo pude ser yo, que recibí sus mensajes sin interpretar que me (nos) estaba pidiendo ayuda y es muy injusto hoy culparlo de haber destrozado, con su partida, la vida de los otros si no nos atrevemos a reconocer nuestra propia responsabilidad. L enfermó de algo tan oscuro e incomprensible como su suicidio y no encontró otro remedio. Todavía un mes después de su muerte recibo llamadas para saber si algo nuevo ha salido a la luz y qué puedo responder si ya todo es invierno y silencio, y francamente de qué nos sirve.
Hay desde luego una mínima esperanza de reencuentro con los que han partido, o al menos eso leemos en aquella carta que Lezama le envía a María Zambrano cuando muere Araceli y él la imagina devastada, sin fuerzas. Lezama quiere que ella piense, de paso nosotros con ella, que hay un retorno ya sea gaseoso, y que eso nos consuela porque “nacemos antes de nacer y morimos antes de morir”. Lezama escribe eso en el peor momento de su biografía, ya anciano y con pocos lectores, escasos amigos, ningún reconocimiento.
No nos fue dado saber si hay reencuentro. Pero sí podemos acaso reflexionar aunque sea un poco sobre nuestra propia pobre condición humana. No vivimos sino deseando la muerte. Es absurdo que la vida nos haga acumular años: nada está justificado sin la resistencia a la finitud. Por eso en realidad no llegamos a entender actos suicidas que de otro modo nos pondrían en disyuntivas demasiado severas ante nuestra falta de argumentos y herramientas para entender el problema.
Una descripción de la infelicidad conlleva la posibilidad de su superación, nos dice Sebald, pero es muy probable que sólo lo entendamos en el sentido del que habla Lezama en esa carta adulta, de que la muerte termina engendrándonos a todos de nuevo, aunque sea en un espacio indefinible como la memoria, pues los seres que amamos para nosotros nunca están demasiado lejos.
El secreto del que mi amigo no me hablaba era éste.



martes, enero 23, 2018

Hienas

Salgo de aquel lugar, lo diría Bunin, “como si acabaras de contraer una enfermedad grave”, preguntándome con cuántos habrán hecho lo mismo, cuántos habrán accedido a colaborar y de qué se trata en realidad, en términos prácticos, esa colaboración, qué esperaban de mí. Y con la entera certeza de que hice lo correcto al no intentar ningún tipo de debate o diálogo con quienes se muestran resistentes a toda crítica, impermeables a toda muerte.
No sé si fui otro después de aquella reunión. Mi particular caverna de los horrores. Es probable que no.
Era como si la ciudad, igual que aquella Cartago de Cayo Graco, se hubiera ido llenando de un tipo de animal no necesariamente extraño, pero que no eran perros, los perros del Capitolio, sino hienas.
En Hypermedia Magazine.