jueves, marzo 12, 2015

Ómnibus

Las vueltas que da la vida son la nada al lado de las que da el bus número 34.

Lo mejor de estos días: el frío se está apagando y las chicas comienzan a soltarse el pelo y a alejarse de jeans y botas.


A veces llovizna y no ves a nadie usando paraguas. Con el hoodie basta, dirán. Como en Seattle. El paraguas para las películas. Y para olvidarlos en los buses y baños y en cualquier otro lugar. Otro elemento más que me hace sentir extraño. Entre tanta humanidad a medio hacer, chicas y chicos de 20 años, mis canas y mi flat cap han de lucir obscenas. Por eso siempre sale la pregunta: Are you a faculty? No, soy estudiante. Pero también enseño.


Hay un alcalde de un pueblo del México profundo -o es un edil- que le dicen Layín y que le levanta el vestido a una jovencita que baila con él sobre una tarima. Es una muchacha tirando a flaca que lleva bragas blancas o color hueso, y que solo le ríe la ocurrencia. O le dice un "¡Ay, señor Layín!" casi al oído. También Layín ha dicho que como político es distinto de todos, que es honesto porque ha confesado que roba poquito, solo para ayudar. Este Layín merece una postulación seria a la Presidencia, merece que le crean. La política es para tipejos. Solo necesita una buena pareja, no como la chica que baila y se deja hacer.


El año pasado, durante un viaje a Miami, me salió una pequeña llaga en la boca, en el labio superior. Beso de cucaracha, recuerdo que le decían a eso en Cuba. Una ñácara, dirían M. y mi madre, a coro. Demoró en quitarse, de manera que me pasé esa semana medio escondido en la sawesera. Por vergüenza, supongo. Por estos días me ha vuelto a salir. Es el estrés, dice M. Si fuera eso sería una ñácara andante. Pero la he combatido duro. Y ha durado lo que es: una mierda.


Da muchas vueltas este bus.