jueves, julio 13, 2023

Chirbes

 


En una rápida visita a la biblioteca del town me encuentro el primer tomo de los Diarios de Rafael Chirbes.

Insiste varias veces Chirbes en el estilo narrativo como forma de conocimiento, por encima o al margen del quiebre estético, la ficción como una forma de verdad y el talante para moverse en los márgenes. Los buenos diarios son el reservorio de los tics del escritor, de sus obsesiones. Viene del mundo obrero, padre ferroviario que murió tempranamente, y su visión de la intemperie del mundo, del paisaje de una cultura está permeado de ese candor y también de ese resentimiento.

Conozco poco y mal al Chirbes narrador, pero estos diarios me revelan a un escritor honesto con la escritura, hecha esta de tanteos, retrocesos e interrogantes sobre la condición misma del escritor y su relación con el mundo. Chirbes sabe que el genio es la invalidez y esa verdad no lo va a dejar tranquilo (ni a nosotros). Es duro con sus contemporáneos, sean estos de la orilla que sean (de Pérez Reverte a Gopegui, los pone a parir a los dos, pero, en serio, ¿quién es Gopegui?), pero sabe que los grandes escritores (como Musil) toleran cualquier crítica porque nos miran desde muy lejos.

Es un diario con todas las de la ley, hecho de retazos, sin necesidad de demasiada elaboración ni con ínfulas de convertirlo en "la obra" si lo otro no alcanza. Es un diario desprovisto de las recurrentes ficciones del diarista, con todo y que sabemos (no hemos nacido ayer) que es una obra "ficcional" en tanto construye una "realidad" a partir del texto.

Casi todo lo que dice lo dice con aplomo, pero sabiendo que camina por una cornisa porque no eres dueño de las lecturas y las apropiaciones ajenas. Uno como lector conecta los puntos de este particular muestrario de un mundo y tiene un mosaico de la literatura vista por un escritor finisecular: Reich-Ranicki (reediciones ya, please), Pombo, Fuster, Pla, Herralde, Martín Gaite (su gran valedora), Unamuno, Sebald, Mann, Döblin, Broch, Vargas Llosa, Piglia… Por cierto, qué gran lector de la literatura alemana fue.

Están por supuesto los jueguitos de la alfombra y el closet de cierta izquierda, ni una sola mención a ETA, pero cualquier acto inocuo con tufo a franquismo le despierta agrios comentarios. Tampoco es complaciente con la Transición. No obstante, las intromisiones de la política son minoritarias (hablo, repito, del tomo primero), lo cual es llamativo en un escritor que hizo de la crítica al falso desarrollismo y la especulación inmobiliaria (treinta años después de Calvino) una cuestión de principios.

Son adictivos estos diarios porque lo menos que uno pide como lector es espesor y riesgo, que uno se reconozca y que la mirada interior con forma de escalpelo nos concierna, nos provoque.

miércoles, julio 12, 2023

Kundera


Ha muerto Milan Kundera en París. Tenía 94 años. Fue uno de los novelistas europeos que mejor conectó con una sensibilidad particular, la de su siglo, el siglo de las dos guerras mundiales y del ascenso y caída del bloque totalitario centroeuropeo, del que fue uno de sus más refinados examinadores. Me alegro de encontrar en La sabiduría sin promesa, la idea de que para el lector joven que fue Christopher Domínguez Michael, occidental y culto, Kundera fue decisivo para romper ataduras con el universo simbólico del estalinismo.

Creo que muchos lectores que ya rondan, mínimo, las cinco décadas de vida tuvieron su Edad K, aquellas ediciones de Tusquets, pero eso fue hace demasiado tiempo. Un día nos levantamos y vimos que un lector le echó en cara a otro la etiqueta de ser un "lector de Kundera" y entonces supimos que había sido asesinado por una nueva forma de mirar el mundo, no necesariamente mejor o más elevada.

Es el peaje que ciertos autores pagan por hacerse populares. No le van a dar el Nobel y con algo de suerte le van a reeditar sus principales libros. Pero la historia under review ha dictado su veredicto. Kundera es la elaborada conexión de la novela europea con lo que alguna vez se llamó "alta cultura" y por eso sus ensayos insisten en hablar de Cervantes y de Stravinski, de Kafka y Broch.

Voy al estante donde conservo algunos libros suyos: El arte de la novela (espléndido, con mis marcas, mis subrayados), El telón, La despedida, Los testamentos traicionados (que volví a comprar hace poco por el placer de reencontrarme en él), La inmortalidad y una edición en inglés de Encounter, que le regaló a Martha una feminista andrófoba (perdonad el pleonasmo) que nos bloqueó poco después. Sí, a los dos. El siglo de Kundera y mi siglo, frente a frente.

Hojeo uno. Ahí están sus marcas de estilo, sus referencias, Kafka, Skvorecky, la Primavera de Praga, otras como Janácek que tan raras se le hicieron al lector que fui en la Cuba de los noventa. En La inmortalidad habla de Goethe y Bettina, de Rilke y Romain Rolland. Dice que el homo sentimentalis no puede ser definido como un hombre que siente, sino como un hombre que ha hecho del sentimiento un valor y que a partir de ese momento todo el mundo quiere sentir y mostrarse como tal.

Dice que a Musil sus contemporáneos le pedían que no escribiera novelas, despreciaban su estilo. Lo mismo le pasaba a Mann, despreciado por Döblin y media República de Weimar: Brecht, Kerr, Tucholsky, Roth. Sin embargo Kundera encuentra sus ensayos aburridos y sin encanto.

¿Ha sido Kundera una víctima de la Era del Homo Sentimentalis? Como las películas de Kieslowski y Angelopoulos, me aventuro a decir. Puede que a eso se refiriera aquel lector. El mercado se porta como el demonio de la Historia, estúpidamente. Obliga a los escritores a obsesionarse con escribir novelas para que todo el mundo luego diga que prefiere los ensayos.

Foto: MK en Praga, 1969 [Gisèle Freund,IMEC/Fonds MCC, Praga-NY-Düsseldorf]