domingo, septiembre 10, 2017

Lecturas

Es septiembre y llegué a veintiséis libros leídos en lo que va de 2017. Me metí de nuevo en eso del Reading Challenge de Goodreads. Y sin saber muy bien por qué. Pero lo volvería a hacer.
Siempre estoy con eso de la lectura y el cómo leemos. Hubo un verano cubano de los noventas en los que me leí como cincuenta libros en menos de tres meses. Récord personal entre apagones, lo cual tiene su mérito. Ahora me pongo cincuenta como meta para todo el año y en septiembre apenas he llegado a veintiséis. Pero son sólo los que he terminado.
Hay libros que se consultan, otros que se leen a saltos, otros que no te atrapan y deben esperar por una segunda oportunidad, si llega. En el apartado de los que tienen que ver con lo que estás escribiendo hay una columna que crece.
Yo creo que una biblioteca privada, una de más de mil doscientos volúmenes (trato poco a poco de llevar un catálogo, no sé si lo conseguiré, es trabajo arduo), como la que tengo ahora, condiciona mi modo de leer, demasiadas voces, demasiadas deudas, demasiada compañía. Casi todas las semanas me llegan nuevos libros, algunos los devoro, otros pasan a la lista de espera. No hay mucho método. ¿Pero puede en propiedad haberlo?
Saco bastante provecho de las bibliotecas universitarias y su sistema de préstamo, que es muy eficiente. Pero éstas proveen otro tipo de lectura: libros que están descatalogados, que no se han vuelto a imprimir, que guardan alguna relación con lo que estás trabajando ahora y no están a la venta, o no te interesa conservarlos porque tu relación con ellos es efímera. Esos deberían tener prioridad y la han tenido.
Pero a decir verdad nunca fui mucho de bibliotecas públicas, sólo un poco ahora. He creído siempre en la posibilidad (o no sé si necesidad) de vivir rodeado de libros, o ni siquiera de modo tan tajante o definitorio, sencillamente los he visto como incorporados a un mundo que no fluye igual sin ellos.