jueves, junio 09, 2016

Tocayo

I
De vez en cuando echo una ojeada a las memorias del presidio político cubano. No son pocos libros y se consiguen por ahí, en bibliotecas la mayoría de ellos. Ya he leído varias.
Anoche terminé Tocayo, el largo relato de Antonio Navarro, que publicó Javier Vergara Editor en 1986, aunque su edición original en inglés es de 1981. El relato cubre un arco que va de los últimos días de 1958 a los primeros meses de 1961, la previa (por usar un término futbolero) del desembarco en Bahía de Cochinos. Y que es el relato de una transformación personal, de aquel que en principio apoya la "necesidad" de un cambio de régimen —en la comprensión de esa "necesidad" les fue la vida a miles (y los dones a millones) de cubanos— al empresario desposeído y al "contrarrevolucionario" que milita en una agrupación opositora y va armado por las calles habaneras hasta caer preso y asilarse en la embajada brasileña. 
Es un testimonio valioso sobre cómo se fue desarticulando la élite económica cubana y también del grado de improvisación e irresponsabilidad con que actuaron los nuevos gobernantes al aplicar su política de expropiaciones. Hay un par de capítulos dedicados a contar cómo intentó Navarro evitar la confiscación del negocio familiar, la Textilera Ariguanabo, propiedad de su suegro Burke Hedges. Habló con Fidel Castro, habló con el Che Guevara, y de ambos obtuvo una vaga promesa de que no sucedería nada urgente con su negocio. "No nos interesa por ahora, no es estratégico para nosotros", dice que le dijo Guevara. Y claro, de todos modos al amanecer del otro día lo perdió todo. Está claro que Navarro quiso ganar tiempo y maniobró todo lo que pudo, pero hoy, con la ventaja de varias décadas, suena ingenuo no pensar que iba a suceder lo que sucedió.
Habrá que detenerse en lo que cuenta Navarro de su diálogo con Guevara. Tras su reunión, cuando ya van a separarse, Guevara le pregunta si ha leído El Proceso, de Kafka. Navarro le responde que no, como es lógico —pocos en el trópico se leen un libro como ese (¿no era eso lo que pensaba Luz y Caballero tras encontrarse con Goethe?), además hasta 1959 puede decirse que La Habana era lo más distante que existía de un escenario kafkiano, después dejó a Kafka y a Ionesco y a Hamsun y a Beckett y a Breton y a todos los surrealistas chiquitos—. "Léaselo y entenderá todo", le dice Guevara. 
A mí me luce que habría que comenzar por ahí, por Kafka. Siempre estuvo claro, ni siquiera lo escondieron mucho. Cuba ya no está más en las Antillas: comienza su definitivo corrimiento hacia un despiadado rojo burocrático, satélite de extraños inviernos. He ahí la señal de cuánto habían interiorizado Los Tres Terribles (Fidel, Raúl y Guevara) la urgencia del laberinto.
Habría que comenzar a releer la tragedia cubana a partir de ese "Léaselo".

II
He googleado un poco sobre la tal textilera. No es mucho lo que aparece. Se dice que en su momento de mayor esplendor fue la más importante de América Latina. Dayton Hedges llegó a ocupar puestos de embajador de Cuba en Perú y Brasil, tenía una relación estrecha con Fulgencio Batista, aunque hoy ni siquiera la Wikipedia reserva una entrada para él. La textilera fue desactivada en los años noventas, hoy está en ruinas, reflejo del estado calamitoso del país.
La Habana que se narra en Tocayo es un caos: la maquinaria del terror revolucionario estaba en marcha. La ciudad y su vida nocturna están comenzando a dejar atrás su condición cabrerainfantesca para sumergirse en una penumbra uniformada. Hay milicianos por todos lados, también opositores, disparos, detenciones, fusilamientos. 
La ciudad de Lezama fue otra para siempre, bienvenido el laberinto, adiós al festín barroco.

III
Últimamente crece en mí la impresión de que a nadie interesan estos libros.
A nadie le importa un bledo Cuba ni los Castro ni nada de esto.