miércoles, febrero 07, 2024

Los intrusos


Uno de los mayores documentos de de la “cosa” cubana es una película titulada Nadie escuchaba (1984). Podemos resumirla diciendo que los testimonios sobre la represión castrista no encontraban receptores. Es un documental sobre el silencio.

Cuarenta años después de estrenada, leo en Los intrusos que su autor, Carlos Manuel Álvarez, se autoimpuso el silencio como forma de enfrentar a la policía, a sus interrogadores. Es contradictorio ese mutismo, si nos percatamos de que el estilo de Álvarez se localiza en las antípodas de toda mudez. Sin embargo, el gran acierto del libro es ese: poner el centro en esa desconexión.

El silencio es lo que el poder no puede soportar, porque sólo puede recurrir a él quien no teme. Silencio es tajo. Es no establecer ningún nexo con esos otros. Si Dios es Abismo y es masculino, junto a él reposa el Silencio, una entidad femenina, y quedan de este modo hermanados, como ha vistoPietro Citati. 

El silencio es el Gran Restaurador. El silencio afea. Durante demasiado tiempo la lucha de los cubanos contra el régimen totalitario ha sido algo así como un “acontecimiento sin testigos”. No es que no haya habido voces, es que esas voces han clamado en el desierto. 

De lo que no se puede hablar, mejor callarse. Pero en el caso cubano, nos ganan por cansancio, porque vaya si se ha hablado. Si después de medio millón de libros sobre los crímenes del comunismo hay que seguir hablando para confrontar y denunciar, es que todo lo transitado, si no ha sido en vano, al menos es apenas nada.

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