domingo, julio 06, 2025

Fascinación por el abismo

 


Intento leer con cierto orden. Gasto tiempo manipulando los libros. Elaboro planes de lectura: novelas del siglo XX, autores del XIX, filosofía, poesía. Pero no leo para que un maestro apruebe lo que hago, no leo para hacer bien una tarea. La disciplina de un lector se desactiva en algún momento del día. No siempre es posible pensar que uno está haciendo los deberes. La angustia de leer no debe confundirse con la ansiedad por leer. ¿Leyó o no leyó Montaigne las Confesiones de San Agustín? Un investigador dice que no. Otro, un escritor, dice que sin esa lectura no hubiera existido un libro como los Ensayos. Uno, cuando madura, descubre con facilidad lo fácil que es detectar cuándo alguien miente sobre las lecturas. Nos pasa un poco como con la música. Al que no le gustaba un género determinado en su juventud, ¿por qué debería sentir vergüenza de su ignorancia cuando, viéndose en medio de un grupo de eruditos sobre, pongamos, la historia del rock, no puede aportar ni una interjección? No puedes hacer mucho con esa información sobre las pobres lecturas del otro. Habrá leído cosas que no has leído tú, habrá ganado cosas que no has podido ganar tú. Cuando uno tiene, digamos, cincuenta años, le gusta decir que ese libro lo leyó con veinte. Puede que sea cierto. Pero la pulsión por no quedar como un pobre ignorante en lecturas básicas puede acaso más y entonces se sale al paso de esa forma. Ya lo he dicho antes: entrar a la universidad cambió profundamente mi percepción de la vida. Comencé a leer, a leer en serio, y esa temporada dura hasta hoy. No he parado. He tenido estaciones vacías, de inseguridad y bruma total, como aquellos primeros meses tras salir de Cuba y llegar a Texas. Un estado de aturdimiento a la par que de develamiento, de descubrimiento y desconfianza que por suerte pasó muy pronto con el nacimiento de un hijo y el ingreso a estudios doctorales en una universidad.

Sigue leyendo.

Y dos.

Foto: Martha Ma. Montejo, Raptis Rare Books (Palm Beach FL)