domingo, septiembre 07, 2025

Oneguin



Anoche fui a mi primera función de ballet en más de treinta años. El Houston Ballet montó Oneguin, coreografía de John Cranko y partitura de Kurt-Heinz Stolze siguiendo aquellas pautas de la ópera de Tchaikovsky. Una maravilla. Primer bailarín: el cubano Gian Carlos Pérez. Tres cubanas más en el cuerpo de baile. Nos fuimos temprano bajo un diluvio en el sur de Houston, pero dos millas más allá claridad total. Esto es Texas.

Aparcamos bajo lo que suponía era el teatro en pleno downtown. ¿Ya habíamos estado aquí antes, o no? Creo que sí pero no puedo recordar viendo qué. Es un edificio enorme color ladrillo, la entrada es un arco de cristal de casi cien pies de alto. Nos perdimos para ir del parqueo al edificio y luego para regresar al carro al final de la función. Hay un túnel que va directo al teatro pero nunca dimos con él, de manera que salimos a la calle, cruzamos la avenida, caminamos una plaza con árboles y llegamos al teatro. Todavía me río pensándome como un alma descolocada en medio de tanto people emperifollado. En la escuela algunos maestros recogieron dinero para comprar tickets de lotería, le venía comentando a M. ¿Qué va a pasar con el claustro de español si se la ganan? Eso debería ser ilegal pues no pueden irse todos de plano si se la ganan. Creo que lo hacen por eso, porque suena demasiado ilusorio.

Las entradas al ballet me las mandaron por email. No las encuentro ahora. Vaya a la ventanilla, sir, pero no encuentran mi nombre y tienen que imprimir de nuevo mis boletos. ¿Se nota mucho que es nuestra primera vez? Hay mesas y venta de bebidas al entrar. Martha quería comprar algún vino. Buscamos la sección M. Nos mandan a tomar el elevador al piso 5. Buscamos un baño, pero tomamos la dirección equivocada, los baños están junto a los elevadores. ¿Dónde está la sección M? Balcony, sir, piso seis, sir. Ah, ya, vale, nos ha tocado gallinero. Vuelta a los elevadores. Alguna gente con traje y sin corbata trae cervezas en las manos.

La sección M está semivacía. Da mucho vértigo. Martha dice que se siente resfriada. La vista es espectacular. Comienza la función y olvidamos todo. Vimos la película hace años, ¿te acuerdas?, con Ralph Fiennes haciendo de Oneguin. No recuerdo la historia, debo leer el programa de mano, siempre huelen igual. Okey, mira, Lensky es novio de Olga y llega con un amigo urbanita, Oneguin. Tatiana es la que lee novelas y poemas y se enamora de Oneguin, que la rechaza porque su amor es adolescente y además es una chicuela de campo. Oneguin intenta seducir a Olga y ofende a Lensky. Ni come ni deja comer. El dilema se resuelve en un duelo, muere Lensky a manos de su amigo. El programa aclara que se usarán armas de fuego teatrales. Pero el duelo ocurre en las sombras desde donde se escucha un sonido falso de disparo y un cuerpo que cae.

Los intermedios son de unos veinte minutos y hay dos. La obra va a durar más de dos horas. Gian Carlos es un bailarín espléndido. Llegó a la compañía el año pasado, vino del Ballet de Washington. Me sigue admirando que entre algunos jóvenes cubanos y sus familias se conserve el prestigio de ser bailarín clásico. Esto empezó hace más de setenta años en una islita azucarera del Caribe, el castrismo decidió seguir apoyándolo (al final los rusos eran los mejores en esto y eran sus aliados) y aquí estamos, fascinados con el profesionalismo y las magníficas condiciones técnicas de un bailarín que nació sabe dios en qué barrio habanero. Carlos Acosta también fue miembro de esta compañía hace años, también era negro y venía de una familia humilde, padre camionero, que lo apoyó, y de Pinar del Río al mundo.

En uno de los intermedios me fui a comprar una botella de agua, tomé el elevador y en el piso cinco entró una pareja, traje y corbata el señor, la señora rubia platino más joven que él, toda de blanco, incluyendo sus high heels, era expensive toda ella, los botones de su chaqueta blanca, su maquillaje blanco, su respiración, pero había algo en ella no resuelto, era guiada por el señor todo el tiempo como si descendiera del elevador de una clínica o llegara desde la noche más cerrada de un hospital para enfermos muy exclusivos.

Cuando se acabó la función, nos fuimos tras la manada que tomó el famoso túnel a los parqueos. Pero ahora no tenía la menor idea de dónde estaba el carro. Subimos un piso, bajamos dos y cuando ya no veíamos a nadie divisé un entristecido y solitario carro blanco al que poco le faltaba por echarse a llorar. El mapa nos puso a dar vueltas para llegar al freeway 288. Ya eran pasadas las diez y media. Bajamos en un McDonalds a comprarle algo al hijo. ¿Cómo les ha ido la noche?, nos dijo el cobrador, un hispano gordo como el telón del teatro. Venimos del ballet, le digo. Qué bien, nunca he ido pero quiero ir cuando pongan Nutcracker, nos respondió con esa naturalidad que tantas veces uno extraña.

domingo, agosto 10, 2025

Apuntes de un lector de novelas gráficas


En una nota de George Steiner sobre un libro de Alberto Manguel encuentro la mención poco menos que peyorativa del lector de cómics como una suerte de no-lector. Steiner no apunta exactamente a un lector específico, sino que se refiere a esos miles de hombres y mujeres “que simplemente descifran los titulares de la prensa o le echan una ojeada a los cómics”.

La idea del historietismo como abaratamiento del acto de leer yo diría que es muy antigua, pero ¿de dónde proviene? Acaso de la infancia, de nuestros primeros pasos como lectores que se sienten atraídos por unos artefactos que conjugan textos e imágenes o dibujos. Guy Davenport ha recordado que el primer libro que leyó fueron las tiras de las aventuras de Tarzán. Entraríamos aquí entonces en un terreno donde serían necesarias ciertas precisiones que el mercado del libro ha delimitado bien, y perdonen mi didactismo: cómics para lectores infantiles y cómics para adultos.

Seguir leyendo.


martes, julio 29, 2025

El ruido de los libros

 


Conocí a Luis Felipe Rojas un día en que quería dirimir a golpes una disputa con algún otro estudiante. Venía del servicio militar y guardaba ciertas cicatrices de escaramuzas que era mejor olvidar. Sé que no fue esa la primera vez que nos encontramos, pero la memoria insiste en recordar esos trasiegos. Eran los años noventa en una residencia universitaria de Santiago de Cuba, es decir, todos pasábamos mucha escasez de todo, pero nos unieron los libros, la poesía y una fe en el poder de la amistad que se mantiene intacta.

Sigue leyendo


lunes, julio 21, 2025

Booktubers

La última vez que vi a un booktuber estaba hablando pestes de Mario Levrero porque a quién se le ocurre ponerse a escribir un libro como La novela luminosa sin tener nada que contar. Me surgió entonces la pregunta de quién es el público de los booktubers, pero ahí sólo podría emitir algunas conjeturas. Varios de esos videos tienen centenares de comentarios en los que la mayoría expresa sus experiencias sobre el libro comentado o lo que opina sobre el video en particular, también recomiendan otros libros.

Sigue leyendo

domingo, julio 06, 2025

Fascinación por el abismo

 


Intento leer con cierto orden. Gasto tiempo manipulando los libros. Elaboro planes de lectura: novelas del siglo XX, autores del XIX, filosofía, poesía. Pero no leo para que un maestro apruebe lo que hago, no leo para hacer bien una tarea. La disciplina de un lector se desactiva en algún momento del día. No siempre es posible pensar que uno está haciendo los deberes. La angustia de leer no debe confundirse con la ansiedad por leer. ¿Leyó o no leyó Montaigne las Confesiones de San Agustín? Un investigador dice que no. Otro, un escritor, dice que sin esa lectura no hubiera existido un libro como los Ensayos. Uno, cuando madura, descubre con facilidad lo fácil que es detectar cuándo alguien miente sobre las lecturas. Nos pasa un poco como con la música. Al que no le gustaba un género determinado en su juventud, ¿por qué debería sentir vergüenza de su ignorancia cuando, viéndose en medio de un grupo de eruditos sobre, pongamos, la historia del rock, no puede aportar ni una interjección? No puedes hacer mucho con esa información sobre las pobres lecturas del otro. Habrá leído cosas que no has leído tú, habrá ganado cosas que no has podido ganar tú. Cuando uno tiene, digamos, cincuenta años, le gusta decir que ese libro lo leyó con veinte. Puede que sea cierto. Pero la pulsión por no quedar como un pobre ignorante en lecturas básicas puede acaso más y entonces se sale al paso de esa forma. Ya lo he dicho antes: entrar a la universidad cambió profundamente mi percepción de la vida. Comencé a leer, a leer en serio, y esa temporada dura hasta hoy. No he parado. He tenido estaciones vacías, de inseguridad y bruma total, como aquellos primeros meses tras salir de Cuba y llegar a Texas. Un estado de aturdimiento a la par que de develamiento, de descubrimiento y desconfianza que por suerte pasó muy pronto con el nacimiento de un hijo y el ingreso a estudios doctorales en una universidad.

Sigue leyendo.

Y dos.

Foto: Martha Ma. Montejo, Raptis Rare Books (Palm Beach FL)


lunes, junio 30, 2025

Cuestionario JE

 


Habrá que escribir un tratado sobre la importancia, freudiana o no, del “haber leído”. Todo buen lector quisiera haberlo leído todo o casi todo. De Dostoievski leí Los hermanos Karamazov  muy temprano, sin embargo Crimen y castigo  fue una lectura ya adulta, lo mismo que el Quijote  y La montaña mágica. Como soy dado a las listas y otra minucias (llevo un registro preciso de cada libro que tengo en mi biblioteca, con sus índices, datos editoriales y precios), una vez comencé a anotar los escritores más o menos famosos de los que nunca he leído nada. Me llené de vergüenza. Ahora, siendo honesto, ¿quién en un encuentro con conocidos, cuando es preguntado por cierto libro, no dice: lo leí de joven? Nadie debería sentir pena porque en lugar de todo Balzac o las sagas de los Thibault y José y sus hermanos, se distrajo leyendo Sostiene PereiraEl tercer ReichCanción de tumbaBoarding HomeSedaLa  uruguayaStonerCómo me hice monja o Temporada de huracanes, buenas novelas todas que quizás no pasen a formar parte de ese engendro maldito llamado “historia de la literatura”.
Vaya si he sido renuente a contestarlos, pero al final respondí el Cuestionario Jonathan Edax que hemos creado en Bookish & Co
 

jueves, mayo 15, 2025

Las cartas del Boom

En la portada de Escritores, su vida y sus obras, uno de esos "coffee table books" cuya producción cuesta un huevo, pero luego te los encuentras por ahí a precio de remate, aparece García Márquez enfundado en un traje gris, camisa negra debajo, hablando por teléfono. Pensé que había dejado de ser un escritor para convertirse más en el icono perfecto para la portada de esos libros, el arquetipo del autor latinoamericano, metido en una cueva, haciendo escasa vida pública, desenfadadamente de izquierdas, no comportándose como un intelectual y publicando libros que se venden como chorizos gracias a un aparato publicitario que no desprecia ni las maniobras de las academias ni los ademanes de la política. Sus últimos libros dejaron de importar, pero la leyenda insiste en permanecer.

García Márquez es el Maradona del boom, todos querían celebrarlo, pagarle el trago. Vargas Llosa es el ciudadano del mundo, hablador de lenguas, columnista de los principales periódicos, todavía más que el glamouroso Carlos Fuentes, carne de embajadas y brindis nocturnos en azoteas vip. A Vargas Llosa no se le ofrecían embajadas: quería ser presidente del Perú y por suerte no lo consiguió, sólo los dioses saben qué habría sido de él si lo consigue.

Seguir leyendo.

domingo, abril 20, 2025

Vargas Llosa



Hay nuevo proyecto en línea, que co-dirijo con mi estimado Pablo de Cuba. Allí ha aparecido este domingo mi despedida a Mario Vargas Llosa:

Puedo hablar por aquel lector que fui —no estoy seguro siquiera de que seamos ya la misma persona—, y decir que el intelectual Vargas Llosa nos inspiró un modo de actuar ante los tiempos que vivíamos, el escritor nos inoculó la persistencia y también ejercicios de admiración hacia nuestros maestros literarios, y el hombre político nos condujo a poner la honestidad y la coherencia como principios anclados en la experiencia, aunque trasciendan muchas veces el estrecho marco de lo que hemos vivido. Yo estudié Periodismo, pero escribía poesía, y vi en Vargas Llosa que no había que especializarse en algo, sino sentir curiosidad por todo. Cuando me preguntan por qué abundan los libros de historia, ensayos sociopolíticos y biografías en mi biblioteca, siendo como soy un lector de ficciones, cosa que también de alguna forma le debo a él y a su saber novelístico, digo que porque me interesa todo, porque quiero todo, aunque no alcance la vida.

Para seguir leyendo, aquí.

Y de paso, les dejo algunos de los mejores obituarios mejores para mí, para el lector que soy, desde luego que he leído en estos días y que no son de pago:

Ricardo Cayuela G.

Alonso Cueto

Daniel Gascón

José Carlos Llop

Hernán Migoya

Fernando Savater

Andrés Trapiello

Leonardo Valencia

En la revista El Gatopardo

BonusArturo Fontaine sobre el funeral; una tal Carla de La Lá (o quién sea que esté detrás de ese glamouroso seudónimo)


domingo, marzo 02, 2025

La llamada

 


Quiero contar todo "desde un lugar distinto", le dice Leila Guerriero a uno de los testimoniantes, uno que se niega a hablar porque no confía o porque no tiene mucho sentido volver sobre el tema de los secuestrados durante la dictadura militar. Pero ese lugar, ¿cuál es? El libro es esa búsqueda, la respuesta a esa pregunta. Lo cierto es que uno como lector trata de imaginar el mapa de Silvia Labayru como intentando entender, de descifrar lo ininteligible. No es posible. Chica bellísima que vivió en Texas y admiraba la cultura norteamericana, de familia de militares, se enrola en las células de la extrema izquierda en Buenos Aires, acaba secuestrada y colaborando de una forma que nadie llegaría a sospechar, viajando a Brasil y México, dando a luz a una hija que es luego entregada a sus abuelos y Labayru visitándola y estando con su marido, acostándose con sus captores y haciendo un trío con la mujer de uno de ellos, y regresando a su cautiverio por sus propios pies. ¿Qué encierro era ese?

La historia escrita en enciclopedias, en fríos documentos o largas monografías rara vez recoge los momentos de dudas, lo injusto de un relato asentado con los años, nunca lo va a hacer como sí lo hace la literatura. En mañanas de domingo me pongo a jugar buscando esas asimetrías de la historia para ir un poco a la contra de aquellos que siempre dicen que todas las dictaduras son iguales. Hell no! No lo son. Todas son terribles, sí, pero también lo es cada una a su manera. Conozco yo una muy bien: la cubana. Ni por asomo los militares cubanos mandarían a una prisionera a una oficina en París a hacer ningún trabajo (Cuqui Carazo), esa se pudre en una mazmorra o se expulsa del país tras 25 años en una cárcel.

Hay una forma torcida y muy frívola de leer este libro y es la que insiste en ver sólo su perfil denunciante o su trasunto feminista: ¡a ti también te denuncia, estúpido! Esto no va del mural de tu partido ni de tu combativa cuenta de Bluesky, todo ese mundo de las consignas revolucionarias que te sembraste en la cabeza y que es el mismo que marginó a todas las Labayru de ayer y hoy y que censura y ningunea —o literalmente ataca sin mucha compasión a quienes no siguen su dictum. Va de cómo es la vida en realidad, no de cómo quieres tú que sea para satisfacer tus húmedos sueños doctrinales.

Leí La llamada en primer lugar porque me gustan mucho los libros de Guerriero, me gusta su inteligencia al pensar el libro que va a escribir, su contención, su manera de elaborar, de construir la prosa tan lejos siempre de toda posibilidad de parrafada doctrinaria. En este fui marcando varios pasajes en la pantalla, a veces sin saber muy bien por qué. Marqué pasajes extensos, como el de la muerte de Silvia Lennie y la decisión de qué hacer con el cuerpo, el de la violación por parte del matrimonio González, el testimonio de Astiz, la explicación de Labayru de por qué no podía escaparse de la ESMA, la mención al libro Recuerdo de la muerte, de Bonasso, un personaje que siempre me pareció detestable por su relación con el castrismo. Marqué también algunos diálogos.

Siempre me llamó la atención la gran operación de propaganda que elaboró la izquierda alrededor de la dictadura militar y el escamoteo del caos de las guerrillas urbanas argentinas de los años 70, fueron varias las veces que vi a Hebe de Bonafini abrazar a Fidel Castro. Por eso sentí que este libro me aportaba otra perspectiva porque va de eso, de desmontar ese andamiaje que asignaba heroicidades y traiciones sin reparar en grises. Labayru, que con 18 años había sido montonera, repite en el libro: menos mal que no tomamos el poder, habría sido catastrófico, y se da a criticar la forma en que la cúpula dirigente, que se quería guevarista, pero al final eran tan castrista como cualquier otra, dejó tirada a su base mientras los jefes salvaban su pellejo.

No sé si es el mejor libro de Guerriero. A mí me gustaron mucho Los suicidas del fin del mundo y La otra guerra, aunque no son equiparables en extensión, y sus columnas semanales son piezas de la más alta prosa escritas siempre "a la contra" desde ese pequeño lugar que ocupamos en el mundo. En cambio, sí es un libro que propone volver la vista atrás y repensar lo andado.


viernes, febrero 28, 2025

Aidita

Hacía casi veinte años que no la veía, no nos encontramos la última vez que viajé a Cuba en 2011. El pasado diciembre, ya sabiéndola enferma, la visité en Miami, en el apartamento de su hija, a media cuadra de un Atlántico gris y espumoso.

Ya se estaba yendo, delgada, pálida, todavía tan oral, casi sin pelos a pesar de que le suspendieron el tratamiento, nada podía hacerse ya. Hizo un camino largo, enviudó y esperó años para poder reunirse con la única persona que le quedaba en la vida.

Venía con unas extrañas molestias en el interior y la parte baja de la espalda que ella achacaba a viejos problemas renales, no sabía que era un cáncer demasiado avanzado que acabaría llevándosela hace unos días en Miami.

Nos recibió mirando a tierra, con la pena de quien ya cruzó todas las playas. Sólo atiné a decirle: espero que puedas salir de esta, pero lo importante ahora es que no sientas dolor. Habló de las dificultades para comer, de las enfermeras, y surgió de pronto el tema de su infancia y del viejo pueblo. Dijo que de su niñez recordaba sus días en el campo y una manada de pájaros y de pronto hizo una pausa, me miró y me preguntó: ¿si son pájaros se dice manada o bandada?

Mencionó la peluquería estatal donde había trabajado por poco tiempo. Dijo que por años había llevado unos diarios en libretas escolares, y yo le creí, pero que decidió destruirlos porque no podía conservarlos ni traerlos con ella. Le escuché un reproche, dijo algo concreto contra alguien del pueblo que dijo que allá todos sabían que se moría. La enfermedad no nos libera, es rencorosa y a la vez que nos arrincona nos mide.

La infelicidad tiene que estar viva para que la vida siga, dice Vivian Gornick. A mí me dio la impresión de que no quería irse. Ya sé que nadie o casi nadie quiere irse, pero ante una enfermedad terminal a veces uno nota la resignación. Creo que estaba muy contrariada por cómo quedarían las cosas tras su marcha. Era una madre de los pies a la cabeza y a tiempo completo, y como tal no podía irse dejando tantos cabos sueltos.

Me pidió que saliéramos de su cuarto y me fui con Martha a ver el mar, el único momento que tuvimos este invierno frente a la inmensidad, una pareja en un descapotable hablaba de sus cosas, me pareció ver que reían, yo me subí al muro, miré hacia abajo y vi muchas piedras haciendo de rompientes, el mar golpeando remolón, a lo lejos se veía un puente y algún bote pasando. El cielo está espeso, nos vamos mañana a Texas. Todo estaba espeso en realidad.

Pensé que una simple cadena de acontecimientos puede dejar un triste poso donde antes hubo una vida vibrante, inquieta, de mucha conversación, de muchas historias familiares, de mucha risa y buen humor y también repleta de contradicciones, de idas y regresos. Todos éramos sus interlocutores hasta que llegamos a un término en nuestro viaje en el que no queremos escuchar mucho más. Pero ella seguía hablando porque era su naturaleza, su carácter.

Puso un negocio de peluquería bien temprano, una de las pocas, si no la única, peluquería privada que había en aquel pueblo pequeño de Oriente. Allí iba yo una vez al mes a cortarme el pelo sin pagarle, que para eso era uno el hijo de su madrina. De esos años es la foto que acompaña a este texto. Era un cuartico que daba a la calle en la casona de madera de sus suegros. El tiempo barrió con todo ese andamiaje de la memoria, pero ella golpeó primero porque de todo se desprendió, nunca dudó en hacerlo, con tal de estar cerca de su hija, su gran obsesión.

Pensé que de alguna manera yo había sido afortunado porque conocí bastante bien a toda esa familia, a su padre, que le faltaba un brazo, quién no lo conocía en aquel pueblo; a su tía Sara, que fumaba y a la que yo de niño le tenía miedo. Llegué a ver a su madre una vez, con la que nunca vivió.

Su marido fue un gran amigo de mi padre, laicos ambos, un hombre humilde y discreto, pero de cultura y maneras. En el pueblo fue casi un acontecimiento que él viajara a Roma, al Vaticano. Lo recuerdo visitando nuestra casa, sentado en el sillón de brazos, los ojos muy azules que heredó su hija. Alguna foto de su boda quedó en nuestro álbum familiar.

Llegamos a viajar juntos a La Habana a lo que se iba allá siempre desde provincias, a cosas de médicos, a trámites burocráticos, ella con su hija, mi madre conmigo. Yo tendría unos doce o trece años, su hija unos cinco o menos. En aquella habitación de hotel eran un espectáculo las mañanas al levantarse, la hora del aseo, porque hay niños muy reacios a cumplir las ceremonias que imponen los adultos.

Nos visitábamos a menudo en una etapa de nuestras vidas que ahora parece envuelta en bruma y en la inevitable pereza o el inevitable desasimiento del recordar. Si es cierto que al morir una parte de nosotros se da a viajar por no sé cuáles etéreos paisajes, me gustaría que el de ella viajara al sitio donde hay una casa antigua de madera con patio amplio, siempre verde, un aljibe y las plantas y flores que sé le gustaban.

A veces leo en algunos libros frases por el estilo de que las historias no acaban nunca, las historias son interminables y no es cierto: las historias acaban con la muerte y en muchos casos no queda semilla alguna. Nada, vacío y silencio.