martes, mayo 23, 2023

Mayo

 


—Si quiere saber mi opinión —empezó en tono curiosamente esquivo—, no me gusta mayo para mis pacientes.
—¿Mayo? —repitió Terence.
—Tal vez sea absurdo, pero no me gusta que nadie enferme en mayo —continuó ella—, las cosas parecen torcerse en mayo. Tal vez sea la luna. Dicen que la luna afecta al cerebro, ¿no, señor?
La miró, pero no pudo responderle; como los demás, cuando la mirabas, parecía encogerse bajo tus ojos y volverse inútil, malévola y poco fiable.
Ella se escabulló y desapareció.


domingo, mayo 21, 2023

Arrufat


Me sorprendió encontrar en uno de los tomos de los diarios de Andrés Trapiello un extenso pasaje dedicado, con bastante cariño y buena onda, a Antón Arrufat. Fue su interlocutor en La Habana de 1995, como buen conversador que era, y lo describe siempre con una jabita, guiño piñeriano. También dice que salpicaba la conversación con un anecdotario profuso, aunque bien que eran historias antiguas, lo reciente no existía. Los detalles se los dejo para que los busquen en Do fuir, tomo noveno de sus diarios. Valen la pena. De nada.

He dicho que me sorprendió y quizás no sea la mejor forma de decirlo, porque puede que Antón haya sido el escritor más "peninsular" de su generación. No galdosiano, claro, que Galdós era canario. Pero sí valleinclanesco. De hecho, Trapiello al retornar a España tras su estancia habanera, se las ingenió para publicar en Pre-Textos el libro de Antón que más le había impresionado: De las pequeñas cosas. (La primera edición cubana, que leí, era sin el "De"). Es el libro que sólo escribe un exquisito, pocos pondrán en duda que fue lo mejor que escribió.

Ya he escrito en otro lado sobre los reproches que Brodsky les hizo a escritores tipo Evtushenko: cuando el Estado soviético autorizó las críticas, fueron críticos. Mientras tanto, bailaron al son de ideólogos y verdugos.

Antón encarnó ese tipo de escritor: demasiado cobarde para plantar cara, demasiado fino, hasta lo viperino, en la crítica sotto voce. Es un clásico de la vida bajo estos regímenes. Nos cruzamos un par de veces. En una de ellas se divertía preguntando todo el tiempo de quién era por fin "el reino", aludiendo a las falsas acusaciones de plagio que pendían sobre la novela Tuyo es el reino, de Abilio Estévez.

Estuve en la fortaleza de La Cabaña en febrero de 2001 cuando leyó su discurso por el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura el año anterior. No pude acceder al salón de actos porque la entrada estuvo controlada por las más altas autoridades del Instituto del Libro y, por supuesto, la Seguridad del Estado. Pero desde afuera escuchamos parte de lo que allí se dijo.

Antón fue crítico hasta donde se podía (y se puede) ser crítico públicamente en aquellas circunstancias y en aquel país. Más tarde leímos el discurso en alguna revista literaria. Habló de su biografía. Dijo parte de lo que le había sucedido tras la publicación de Los siete contra Tebas, su castigo post Caso Padilla, su censura. Y lo cerró citando, claro, a Valle-Incán: "Si no prescinden de mí, yo no prescindiré de ustedes". Le hablaba al poder, no a sus lectores.

Se conformaban con pocos estos escritores, y el plural cobra todo sentido. Ahora tenían el placet, el beneficio de aquellos censores, sus premios, sus viajes. Habían sido por fin liberados de una pesada carga, mientras les llegaban otras. Ahora les sonreían y les enviaban cestas de agasajo con embutidos, frutas tropicales y botellas de ron y vino.

Habían pasado a ser la nueva clase de escritores admitidos en palacio, bajo palio. Eran ya tolerados, mas no intocables. Y lo sabían. Por eso firmaban cartas de apoyo al régimen. Lo que les pusieran delante. Habían sido comprados. Las exigencias de la Historia.

Poeta irregular. Su primera novela, La caja está cerrada, es extensa y soporífera. La otra, La noche del aguafiestas, mucho más breve, se deja leer. Sus otros libros de no ficción, pongamos por caso Virgilio Piñera entre él y yo, que leí en Cuba, contribuyó a completar el necesario mosaico que nos devolvía a un escritor esencial en nuestra modernidad literaria, pero también destacaba por sus escandalosas zonas de silencio. A su manera oblicua, también ayudó a dar forma a la línea que nadie podía cruzar y al hacerlo traicionaba la memoria de quien había sido su maestro.

Los retratos de Antón no nos han faltado, además del arriba mencionado de Trapiello. Me viene ahora a la memoria cómo lo "narra" Cabrera Infante en Mapa dibujado por un espía: amigo, pero taimado. En el Diccionario de autores latinoamericanos, el único juicio de valor que emite César Aira sobre su obra es el de "excelente crítico". ¿Qué conocía Aira del crítico Antón?

En charla mía con un amigo, salió otra vez el tema de aquellas cartas que el régimen hacía firmar como apoyo a su desastrosa gestión de siempre, no importa cuándo leas esto. Si no me equivoco, la suya no estuvo entre las primeras del 2003, cuando el fusilamiento de unos jóvenes que se robaron una lancha para escapar de la isla, puede que la hayan sumado después, que el festín de firmas duró varias semanas. Lo cierto es que Antón estampó su nombre en alguna de ellas alegando que, a la vuelta de algunos años, nadie se acordaría de aquello. Yo lo voy a recordar, le contestó el amigo, hoy en Miami. Aquí estamos todos recordándolo.

Para Antón, el abrazo del oso de la Vieja Fe trae consigo un trasiego de la memoria: la creen selectiva. Educado en el ejemplo del Caso Padilla, había que ser astuto y no sacar conclusiones erradas. Pienso en Milosz: El hombre es apenas un instrumento en la implacable orquesta dirigida por la musa de la Historia. Sus víctimas caen como moscas.

Pero hay más: Antón era un tipo de escritor que por su naturaleza quiere erigirse en autoridad estética. Cree necesario dictaminar los rumbos de la literatura nacional, repartir carné de escritor con acceso exclusivo a su capilla. Un poco como el moralista que describe Milosz: no escribe frases, las destila. No creo que sea coraza lo que no pasa de ser enfermedad pueril.

Lo vi desdeñar en público a la literatura realista, como vi no hace mucho manifestarse a más de uno en desprecio de Eduardo Heras León y sus dizque discípulos. A mí eso me llena de tierna fascinación. Hay una línea directa que va de Caballería roja a Los pasos en la hierba, y no es sólo el estalinismo. No pudiendo plantear batalla en otros frentes más definitorios en lo político, se sumergían en el barro con acusaciones de bajeza literaria en el más inocuo terreno donde nadie podía ganar nada, mucho menos unos pocos vigilantes del estilo.

El Estado totalitario es esa fuerza que apenas si nos deja administrar el miedo. Sabíamos que Antón estaba lleno de ese miedo y sobre todo de dudas. De ambas cosas no nos dejó, lo digo como lector, demasiados testimonios.

viernes, mayo 19, 2023

Veltfort


Hace un par de días la revista Hypermedia recirculó un ensayo de Abel Prieto donde se resumen varios de los prejuicios que el régimen cubano esgrimió siempre contra los homosexuales. 

En ese panfleto, el padre del ex ministro de Cultura cubano dice cosas bastante conocidas, a tono con lo que emanó del Congreso de Educación y Cultura de 1971, como "procurar que [los homosexuales] no sean conductores de juventudes" e intentar "comprenderlo [se refiere al 'problema' de la homosexualidad], pero nunca desde un punto de vista interesado". Usa terminología médico-científica con palabras como "contagio", "cura" y "terapia" para referirse a lo que las autoridades consideraban (y no dudo que consideren todavía) una patología que requiere tratamiento especializado.

La re-aparición de ese texto coincidió con mi lectura de Goodbye, My Havana, la novela gráfica de Anna Veltfort, publicado en inglés en 2019 por Redwood Press, un sello editorial de la Stanford University Press, en California. Primero se publicó en español por la Editorial Verbum. El texto de Prieto es de 1969, año fundamental en la biografía de Veltfort, como puede verse en la novela.

Es probable que no haya, en el escaso apartado de novelas gráficas de tema cubano, una obra más detallada y abarcadora sobre los años sesenta, la iniciación sexual, la homosexualidad y las múltiples tensiones que se dieron a nivel intelectual en la sociedad cubana de la época. También hay mención, por cierto, a la división y la tirantez entre las diferentes facciones (trotskismo, maoismo, estalinismo...) de la izquierda de aquel entonces.

Veltfort ha escrito y concebido un libro que no nos ahorra nada, quizás la erótica del roce de los cuerpos. Eso, que vemos hoy con normalidad en las novelas de Alison Bechdel, se extraña. ¿En serio, Connie, ni un beso? En el centro de su testimonio está un mundo asfixiante, desprendido de todo sentido de la libertad y del impulso humano de indagar y cuestionar y desear ser libres para amar.

El libro es extenso y a ratos farragoso. Demasiado texto, demasiados detalles. Pero yo tengo que decir que lo disfruté. El personaje de Anna Veltfort asiste atónita a este triste espectáculo de un mundo demasiado opresivo en construcción. Ha sido llevada allí por sus padres, comunistas de Estados Unidos, siendo muy joven, y allí tiene su despertar sexual y político. Y creo que me gustó la novela precisamente por el personaje, porque está atrapada en un contexto convulso donde no pidió estar, porque a la vez que participa, a su modo, mientras va creciendo, intenta violentar ciertos límites (la propia manifestación de su sexualidad, el árbol de navidad en el salón de la Facultad, la música que escucha, etc.) y porque no se detiene ni a juzgar ni a sermonear ni a sentirse equidistante. Ese personaje es uno de los grandes valores de esta historia.

Que el régimen cubano intentó influir en ciertos sectores de la intelectualidad norteamericana que le era afín lo demuestra la financiación del Fair Play For Cuba Committee, integrado por algunos poetas de la Generación Beat. Lawrence Ferlinghetti se declaraba seguidor de la inicial revolución no comunista que realmente sólo estaba en su cabeza, y escritores como Amiri Baraka y Allen Ginsberg llegaron a la Isla en viajes organizados y pagados por el régimen, con el resultado, en el caso de Ginsberg, que todos sabemos.

Hay alguna mención a esto en el libro. Veltfort narra su encuentro con Ginsberg en La Habana y la clausura de la Editorial El Puente. Cita un comentario callejero sobre que Ginsberg preguntó si Raúl Castro era gay y dijo que Che Guevara era "pretty", y que como represalia fue expulsado del país hacia Praga. Durante su visita familiar a New York, Veltfort se encuentra con activistas gays que le piden información sobre si es cierto que en La Habana hay represión a los homosexuales. Paralizada por el miedo, Veltfort apenas si da algún detalle.

Aquí es donde se nota el tipo de narradora que es Veltfort: no interviene, no juzga, sólo muestra. Y muestra mucho. Comunidades rurales en Oriente que no aceptaron el cambio impuesto por el nuevo régimen. Síndrome de la sospecha sobre los norteamericanos que viajaron y se establecieron en Cuba. Agresiones homofóbicas en las calles. Procesos judiciales arbitrarios y demorados hasta el infinito. Intromisión policial en la vida privada de la gente común. La delación como política a todos los niveles. Las desigualdades que ya se veían entre los privilegiados por el nuevo status y los silenciados, los condenados de a pie, los "degenerados" de segunda. Y un largo etcétera.

Una sociedad tan bipolar, como ya comenzaba a ser la cubana de su tiempo, era capaz de mantener en su élite a Alfredo Guevara, y a sostener en sus puestos a Mirta Aguirre e Isabel Monal. Eran homosexuales autorizados y privilegiados. Y sin embargo perseguía, silenciaba, marginaba, encarcelaba y enviaba a campos de trabajos forzados al resto, a todo el que fuera sospechoso de no someterse a sus reglas.

También está el caso del padrastro de la autora, un tecnócrata de cierto pedigrí comunista. Había participado como voluntario en la Guerra Civil Española e integrado más tarde el partido comunista en Estados Unidos. Luego de 1959 se instaló con toda la familia en La Habana para colaborar con el régimen, junto con otros "fellow travelers" y agentes declarados de cierto renombre como Maurice Halperin, Martha Dodd, George Eisen, Ed Burstein y Celdric Belfrage (le llama George en el libro), todos a la postre o bien desencantados o bien defenestrados y conminados a marcharse. Estos, como miembros de una colonia habanera de verdaderos privilegiados, son los que aparecen mencionados en el libro.

Pensaban todos que estaban construyendo una sociedad nueva, más justa, y sólo estaban cavando los cimientos para el ascenso de un Stalin tropical. Al final, siendo imposible reunirse fuera de la isla con la que era su pareja en ese momento y a la que no volvió a ver jamás, Veltfort renuncia a todo y se larga. Se despide de La Habana. La ciudad se despide de ella. La "terapia" que recetaba aquel Prieto Morales no la alcanzó. Pasarán muchos años antes de que se decida a publicar su testimonio, que agredecemos.

Y además: Pueden leer una entrevista con la autora aquí. Y el prólogo a la edición en español, aquí. Una lástima que su blog El archivo de Connie no esté disponible.

jueves, mayo 18, 2023

Talibán

El castrismo ha incubado mucho personajillo siniestro, gentuza que mamó mentira y labia estalinista desde temprano. Iroel Sanchez fue uno de ellos. Era uno de los talibanes de finales de los años noventa, experto en manipulación y asesinato de reputación.

Le gustaba contar cómo fue que Fidel Castro lo nombró presidente del Instituto Cubano del Libro a principios de los años 2000. Decía que lo citó a su oficina y mirando el expediente le dijo que hasta los de línea más dura, talibanes de mayor rango, lo habían aprobado.

Y lo que vino tras su nombramiento fue una marejada de literatura bazofia conectada con los dineros del chavismo y aquel delirio llamado Batalla de ideas. Su biblia era un panfleto de Stonor Saunders, del que logró hacer edición cubana, al que acompañaba diligentemente con cualquier producto lo mismo de Howard Zinn y George Cockcroft que de Belén Gopegui, Carlo Frabetti y similares comuñangas de caviar.

Esta gente fue astuta intentando conectar a cierta clase intelectual resentida europea y norteamericana con un régimen que necesitaba otros lavados de cara tras la Primavera Negra del 2003. Querían re-globalizar la revolución moribunda luego de la década penosa del Período Especial. Contando con que siempre hay y habrá intelectuales y escritores prestos para la tarea de la salvación de la humanidad, sin que haya nada romántico ya en el acto, todo es puro cálculo y mezquino gesto. La desmemoria en relación con Cuba está cimentada sobre miles de muertos y millones de encarcelados y exiliados.

Encabezó la ofensiva contra los colaboradores de la Revista Encuentro que estábamos dentro de Cuba. Para ello creó, entre otras, una publicación llamada La Jiribilla, desde donde se atacó a todo dios, recordar que eran los años del blogueo más intenso sobre temas cubanos: Yoani Sánchez, Penúltimos días, La Habana elegante (véase la descripción del personaje a cargo de Fermín Gabor en el número 55), etc.

Era tan obtuso que se enfrentó hasta al ministro Abel Prieto, a quien dicen acusó de "poco ideológico" en una reunión, y le costó el puesto. De ahí se fue al Ministerio de las Comunicaciones, a las catacumbas de Ramiro Valdés (se lo señalaron hasta sus colegas), a seguir metiendo cizaña y censura contra todo lo que oliera a oposición o colaboración con Estados Unidos, y la más vulgar delación si detectaba algo que no le olía bien.

Encarnaban él y otros como él una zona que el castrismo explota muy bien: disfrazaban su proverbial indigencia intelectual con la triste condición de la vieja, pero interesada humildad partidista. Se decían muy fidelistas, para que ese Sísifo cubano, el Liborio de la caricatura de Lauzán, siga cargando su rémora, su bola pétrea. Pero en realidad creían ver en el esperpento de la revolución la concreción, por fin, del proyecto guevariano de austeridad, de extensión de la miseria a tutiplén. El clásico "tú te estás muriendo, hermano, pero yo también y mira, no me quejo". De esa misma seudo filosofía era otro personajillo igual de siniestro, aunque quizás más a lo tonto, Enrique Ubieta, nombrado en esos años director de la Cinemateca de Cuba a falta de una "botella" más prominente.

El comunismo cubano está en formol. No ha llegado aún el momento de la autopsia. Su talante represivo sigue intacto. Mientras tanto, algunas de sus piezas siguen muriendo.

Caricatura: Lauzán (tomada de la web RadioTelevisionMarti.com)


lunes, mayo 15, 2023

Debray


 Recuerdo bien que en Cuba se tenía a Régis Debray por un vulgar traidor. A la retórica inflamada de ciertos títeres del castrismo nunca le sobró ese tag. Después fue un ausente clásico, de esos que estuvieron, pero ya no están ni se mencionan más, tipo Carlos Franqui, etc. Un poema de Cortázar (que era un poeta muy malo en dos idiomas) terminaba diciendo "pienso en Régis Debray" y era casi la única mención que uno escuchaba en mucho tiempo. Ahora me encuentro con el libro de Laurence Debray, su hija, y lo que me queda claro es que el tipo sigue siendo bastante impotable.


En el libro, la supuesta traición al Che Guevara ni se menciona apenas. No sabemos si por recomendación paterna (la autora ha confesado en entrevistas que les dio el manuscrito a sus padres y estos le sugirieron quitar cosas). Entiendo que la autora no se considera historiadora y quizás nunca pensó el libro en esos términos, sino en saldar sus propias cuentas con su padre, pero no dudo que corran llamados por el estilo de "el testimonio de la hija del hombre que traicionó al Che Guevara" y lo que sacamos en claro es que las relaciones de ella con los delirios de su padre no fueron nunca buenas y que el carácter del padre es bastante difícil.

El libro no es bueno. Comienza bien, pero termina desdibujado hacia el final. Mientras se concentró en las peripecias del padre mantuvo cierto interés. Deja entrever que la relación con su padre no ha sido buena. Eso que un académico marramao hoy llamaría "intervenciones afectivas", al parecer fueron bastante raritas por frías y escasas. El personaje de la madre es opaco, una sombra. Y todo lo que concierne a su admiración por el Rey Juan Carlos me sobra en este. La voz es cándida, como si en términos investigativos y puramente historiográficos le faltara carretera.

Han salido algunos libros por el estilo de éste: La casa de los conejos (2008), de Laura Alcoba, hija de montoneros, y La caja Topper (2019), de Nicolás Gadano, economista, hoy banquero. Curioso que con Gadano, Laurence Debray comparte además de la prosapia guerrillera, haber trabajado en bancos. Sus padres la hicieron hermética para las utopías, dice Laurence en su libro y quizás lo mejor sea ese candor que atraviesa todo el conjunto, su ausencia de severidad, aunque algún lector se pregunte si era necesario llamar a Fidel Castro "el padre de todos los cubanos" (p. 57). Quiero creer que está dicho con ironía.

Este libro no es sobre Regis Debray, sino sobre su hija, que nació en 1976. Para ese entonces la biografía de su padre se adentraba en las sombras. La propia Laurence confiesa que se enteró de las aventuras paternas por alguien a quien se lo escuchó en su escuela. Quien desee abundar, tendrá que asomarse a sus memorias, un tocho titulado Alabados sean nuestros señores, publicado en España por Mario Muchnik en 1999. ¿Cuál es, entonces, el Regis Debray que prevalece después de seis décadas, el que recomienda conocer el mal para poder impedirlo o el que sugiere ser más del centro que de los extremos? ¿El maniqueísta que dividía el mundo en izquierda y derecha usando el ejemplo de una niña sin zapatos o el que terminó asimilando que su hija se fuera a vivir a su odiado Estados Unidos? De cualquier manera en este libro no está la respuesta. 

La respuesta que sí aprendemos es el trayecto de la hija rebelde de unos conversos de la fe revolucionaria hasta su instalación definitiva en la modernidad más plena del mundo occidental. El negativo de la foto familiar.

miércoles, abril 19, 2023

Cortesía

Rialta Magazine incluye en su expediente de revistas cubanas aquella Bifronte que en 2005 hicimos en Cuba el poeta Luis Felipe Rojas y un servidor.

jueves, abril 06, 2023

Faulkner

"A un hombre no se le puede educar para ser feliz. Lo mejor que puede ofrecerle la educación es la capacidad de aprender algo acerca de la historia del género humano, es decir, la palabra impresa; y la palabra impresa que ha perdurado a lo largo de los siglos tiene por armazón la tragedia o la desesperación.

"Así que, cuando un hombre aprende a leer, descubre la tragedia y la desesperación de sus semejantes, la que puede que él mismo sufra. Resultaría mejor para él no saberlo, puesto que podría librarse, pero una vez que ha leído al respecto, pasa a formar parte de su vida, de su propia experiencia".

William Faulkner, León en el jardín. Entrevistas 1926-1962 (Reino de Redonda, 2021)
Traducción: Antonio Iriarte

Foto: Martin J. Dain, Faulkner's County, Yoknapatawpha (Random House, 1964)

domingo, marzo 26, 2023

Kodama

 


Ha muerto María Kodama, ese enigma, esa póstuma invención borgeana, al decir de Gastón Baquero.

Mucho se ha dicho (más que escrito, quizás) de las viudas de escritores (de los viudos siempre menos), casi siempre en son de chistes malos. Algunos ni siquiera son tan malos, otros merecidos, todo hay que decirlo. No eran, los suyos, tiempos de memologías, como los de hoy.

Vuelvo a lo que dice Bioy en las últimas páginas de sus diarios: "Las personas que me hablaban acerca de la muerte de Borges en Ginebra lo hacían polémicamente, a favor de María o contra María… Murió en la compañía de María, en la de [Jean Pierre] Bernès y quizá en la de [Héctor] Bianciotti. María era su amor, y esto me llevó a decir: 'Volvió a los ochenta años, con su amor, al país de los mejores recuerdos'. En realidad, María es una mujer de idiosincrasia extraña; acusaba a Borges por cualquier motivo; lo castigaba con silencios (recuérdese que Borges estaba ciego); lo celaba (se ponía furiosa ante la devoción de los admiradores); se impacientaba con sus lentitudes. Junto a ella vivía temiendo enojarla. Por lo demás, María era una persona de tradiciones distintas a las suyas. Borges alguna vez me dijo: 'Uno no puede casarse con alguien que no sabe lo que es un poncho o lo que es el dulce de leche'".

Queda claro que Kodama era para Bioy lo que hoy llamamos "la tóxica", corroborando aquello de que la segunda víctima en un matrimonio es siempre la amistad. Reinos de naturaleza distinta condenados muchas veces a no entenderse. De esos diarios ha sido expurgada cualquier imagen que los muestre juntos, si existe.

Había nacido Kodama en 1942, Borges en 1899. Una vez, siendo ella muy joven, se cruzaron en una librería y ya nunca se separaron, ni siquiera cuando Borges se casó con Elsa Astete, dice que por un mal entendido. Fue su asistente, su confidente y meses antes de morir en Ginebra, se casó con él. Sucede con frecuencia con los genios y sus matrimonios: comienzan por admiración y terminan en administración. Lo cierto es que sólo a ella le cupo el disputado privilegio de acompañar en lo íntimo a Borges en sus últimos años y de velar, a veces con celo extremado, por la posteridad de su obra. De entre todo lo que impugnó y vetó para que no saliera nunca, menciona Bioy una edición con más de cien horas (sus horas, su tiempo) de diálogo entre el tal Bernès antes mencionado y Borges.

Había un humorista argentino que bromeaba sobre la escasa vida sexual de Borges. La broma arroja sombra también sobre la otra parte. Nos han interesado muy poco los secretos de alcoba de ambos y a pesar de ello Kodama estuvo siempre un paso por delante de la sobreexposición. Elaboró un itinerario intenso que llevó a Borges a visitar varias universidades americanas siendo ya muy anciano. Ha sido criticada por eso, como si no disfrutáramos hoy del gran tesoro que esas charlas representan para nosotros sus lectores.

Tomaba café frío, el último a las dos de la mañana, antes de irse a la cama. Sólo respondía llamadas telefónicas media hora por la mañana. Leía tesis universitarias sobre Borges. Se decidió a publicar sus narraciones no hace mucho. Se llevaba demasiado mal con los delirios intertextuales de otros escritores, en especial los de aquellos que insistían en dialogar con el coto exclusivo en el que quiso convertir la obra de Borges. Le gustaba ir a los bares cerrados, a los que se accede poniendo una contraseña. De cualquier manera, esos pasajes de bares y amigos qué lejos y qué mal casan con nuestra propia idea del universo borgeano.

"Yo quería ir a Marte, pero es carísimo", cuentan que le dijo no hace mucho a un periódico español. Es raro. No saber que por mucho tiempo vivió en un planeta donde millones hubieran querido vivir aunque fuera por un día.


martes, marzo 21, 2023

Tsundoku

 


Tres años ya de esto.

Oscuridad

Las lecturas se alinean de una forma que arduamente llegamos a prever.

En un diario español que no creo haber visto antes la sección de Deportes ha quedado sepultada bajo una pestaña absurda, Sociedad, encuentro una columna detallando la "oscuridad" a la que sometió el dictador cubano al enfermo venezolano más famoso del último cuarto de siglo.

Resumido dice lo que dice:

    •A Chávez nunca le permitieron buscar una segunda opinión médica y que cuando pidió que le dijeran lo que padecía, le explicaron que era mejor no saberlo. Eso lo contó el propio Chávez al borde de su muerte.
    •Lo acompañaba día y noche un hospitalito, conformado por más de veinte médicos cubanos de alto nivel (que nunca explicaron con claridad qué era lo que tenía, vale, hoy lo saben todos: cáncer).
    •Detrás de cada tomografía y resonancia nunca le detectaron nada sospechoso, aun cuando frecuentemente se caía, preso de dolorosos temblores generales en todo el cuerpo.
    •Chávez no podía sentarse en una silla normal, su séquito de médicos tenía una especial que previamente era barrida con un contador Geiger, con la finalidad de descartar radiactividad. Ni siquiera sus colegas presidentes podían ofrecerle un café, pues todo era llevado y protegido por su equipo, desde la ropa hasta el agua era previamente probada por sus médicos e incluso en ocasiones, por su guardia pretoriana. 
    •Estaba bajo tratamiento con unas muy dolorosas inyecciones, unos brebajes que sabían muy mal, decía, y unas pastillas vietnamitas equiparables a varias botellas de licor.
    •Vivía a punta de calmantes muy fuertes y además, en no pocas oportunidades, después de verlo activo y por horas ante las cámaras, caía casi desmayado detrás del escenario para ser atendido de inmediato por los médicos.
    •Ni Chávez, ni nadie cercano a él sabían de qué iba el tratamiento cubano, cuáles eran los medicamentos ni la gravedad de sus dolencias. Eso solo lo conocía Fidel Castro.
    •Las recomendaciones de Lula de Silva, para que lo atendieran en un hospital brasileño, fueron saboteadas por el líder cubano, y que el médico español, así como varios especialistas consultados tardíamente, no llegaron a tiempo para salvarle la vida cuando debieron haber sido los primeros en consultar.
    •Conocemos también que su tratamiento y la operación que le practicaron, de acuerdo con el mismísimo Chávez, estuvo errada y que los métodos novedosos para curar un cáncer en esa zona, que repetidas veces señaló, solo se encontraban en pocos lugares en el mundo, y no precisamente en Cuba.
    •Su primera muerte ocurrió en La Habana, mientras que era mantenido artificialmente con vida hasta que tomaron la decisión de desconectarlo, para que entonces ocurriera su segunda muerte, que fue la oficial. 

¿Es cierto todo eso? Uno sospecha que no hay formas de comprobarlo. Oscuridad es oscuridad, esa que según el oftalmólogo español de cabecera de Arcadi Espada agradece el ojo mucho más que la luz. La luz está muy sobrevalorada, dice.

Lo cuenta así Espada en su blog:

En el repaso de fantasías llegamos a Fiódorov, aquel oftalmólogo ruso, supuesto pionero de la cirugía refractiva, que consiste en rebanar la córnea y que así los miopes vean sin gafas lo que ven con ellas. Hace años me contaron que hizo el descubrimiento cuando le llegó un paciente al que en una pelea le habían roto una botella —de vodka, obviamente— en la cabeza. Era muy miope y después de la pelea veía mejor que antes. Y es que los vidrios incrustados en la córnea habían hecho el mismo efecto que el bisturí.
—Pamplinas. Fiódorov era un vivales…
Cuando el retinólogo habla de la córnea y de los especialistas en córnea yo veo al físico hablar de los biólogos. Juegos de niños. Por si fuera poco, Fiódorov era soviético.
—Aquello que inventó del barco como quirófano ambulante les gustaba mucho a los americanos, que son una gente muy curiosa. Conocían perfectamente, desde mucho tiempo atrás, la técnica refractiva, pero Fiódorov, el barco, la ampulosidad de sus quirófanos, les hacía mucha gracia. Y así lo auparon ellos mismos. Porque desde luego no podían hacerlo en la Unión Soviética. Nunca hubo medicina en la Urss.
— ¿...?
—Nada. Nunca. Ni en la Urss ni en ningún país comunista. Atraso total. Cero. Todo una farsa.

Y no puede estar uno más de acuerdo.