Poco va quedando ya de aquel viejo diseño del mundo que hemos conocido.
La vieja administración Obama derogó hoy aquella disposición presidencial conocida como "pies secos, pies mojados". Cabe pensar que de tener un poco más de tiempo se hubiera llevado por delante la Ley de Ajuste después de convertir al ineficiente embargo en poco más que un manojo de regulaciones anémicas que no hieren ya a nadie.
Lo más molesto de todo es ese lenguaje que hemos permitido que se imponga, ese "no hablar en plata", ese idioma lerdo tan siglo XXI, tan Starbucks, tan falso como una prótesis. Esta jerga neo de políticos de izquierda que tienen a Obama como su non plus ultra y que han terminado poniendo los deseos de libertad de cientos de miles de personas a la altura de una nota al pie de página. Nada aquí ha sucedido, creo que quieren decir, porque venimos de una historia tan conjunta como esa declaración.
Y claro, hay un asunto clave de timing en esta decisión. Es ingenuo pretender que el presidente norteamericano consulte a otros más que a sus asesores sobre estos movimientos. Pero qué significa lanzar esta declaración apenas a ocho días de dejar su cargo. No tiene ningún sentido explicarlo fuera del perímetro electoral. Se perdieron las elecciones, está en peligro la continuidad de la mayoría de sus políticas, ahí nos deja como gris dádiva un fruto fétido.
Todo se ha vulgarizado de tal modo que muy poco cabe ya esperar de ninguna de las dos orillas. En Cuba se irá acomodando una nueva élite militar, empresarial y familiar cuyo nexo mayor con la democracia será adquirir una propiedad de veraneo en el sur de la Florida. Y que le lleven allí una edición en español de The New York Times, si tal cosa existiera todavía, para asomarse a ella con un café con leche en la mano, convencido de que al fin tanta normalidad trajo su provecho.
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