jueves, mayo 03, 2018

Piglia

El único escritor cubano que Piglia menciona con alguna regularidad es Virgilio Piñera. Me refiero no sólo a los Diarios de Emilio Renzi, cuyo tercer tomo me acompaña en estos días, sino en especial a las múltiples conferencias, intervenciones y entrevistas que pueden verse en internet. Otro podría ser Cabrera Infante, cuya novela Tres tristes tigres y algunos cuentos valoró mucho el primer Piglia, pero no voy a abundar en ello ahora porque me llevaría a otro tipo de exploración y reflexión. Muy esporádicamente en los Diarios de Renzi también son mencionados Padilla, Carpentier y Retamar. 
A Piñera lo recuerda sobre todo por haber dirigido el comité de traducción del Ferdydurke. Abundan las muy agudas ideas de Piglia sobre el tema de la relación escritura-traducción-modos de leer, y en ese sentido el trabajo del equipo encabezado por el escritor cubano le sirvió para señalar, entre otros temas, la dificultad que entraña siempre la mediación del traductor en literatura y de que las traducciones, así como las modas lingüísticas y los estilos literarios, envejecen. 
De Piñera también incluye una anécdota que cuenta en los Diarios de Renzi. Resulta que cuando Piglia viajó a La Habana por primera vez, segunda mitad de los 60 -no olvidar que su primer conjunto de cuentos, Jaulario, obtuvo una mención en el premio Casa de las Américas en 1967, cuando ganó Benítez Rojo-, Piñera le rogó que salieran a conversar afuera pues lo espiaban, todo estaba lleno de micrófonos. La anécdota parece ser el detonante para la "distancia afectiva", permítanme llamarla así, que a partir de entonces mostró Piglia, siempre tan cerebral, tan hipocondríaco, hacia la revolución cubana, coincidente también con la invasión soviética a Checoslovaquia, apoyada por Fidel Castro.
Su otro nexo con la "cosa cubana" sería la figura de Ernesto Guevara, y hacia ahí va la mirada en esta nota para Diario de Cuba.

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