domingo, marzo 26, 2023

Kodama

 


Ha muerto María Kodama, ese enigma, esa póstuma invención borgeana, al decir de Gastón Baquero.

Mucho se ha dicho (más que escrito, quizás) de las viudas de escritores (de los viudos siempre menos), casi siempre en son de chistes malos. Algunos ni siquiera son tan malos, otros merecidos, todo hay que decirlo. No eran, los suyos, tiempos de memologías, como los de hoy.

Vuelvo a lo que dice Bioy en las últimas páginas de sus diarios: "Las personas que me hablaban acerca de la muerte de Borges en Ginebra lo hacían polémicamente, a favor de María o contra María… Murió en la compañía de María, en la de [Jean Pierre] Bernès y quizá en la de [Héctor] Bianciotti. María era su amor, y esto me llevó a decir: 'Volvió a los ochenta años, con su amor, al país de los mejores recuerdos'. En realidad, María es una mujer de idiosincrasia extraña; acusaba a Borges por cualquier motivo; lo castigaba con silencios (recuérdese que Borges estaba ciego); lo celaba (se ponía furiosa ante la devoción de los admiradores); se impacientaba con sus lentitudes. Junto a ella vivía temiendo enojarla. Por lo demás, María era una persona de tradiciones distintas a las suyas. Borges alguna vez me dijo: 'Uno no puede casarse con alguien que no sabe lo que es un poncho o lo que es el dulce de leche'".

Queda claro que Kodama era para Bioy lo que hoy llamamos "la tóxica", corroborando aquello de que la segunda víctima en un matrimonio es siempre la amistad. Reinos de naturaleza distinta condenados muchas veces a no entenderse. De esos diarios ha sido expurgada cualquier imagen que los muestre juntos, si existe.

Había nacido Kodama en 1942, Borges en 1899. Una vez, siendo ella muy joven, se cruzaron en una librería y ya nunca se separaron, ni siquiera cuando Borges se casó con Elsa Astete, dice que por un mal entendido. Fue su asistente, su confidente y meses antes de morir en Ginebra, se casó con él. Sucede con frecuencia con los genios y sus matrimonios: comienzan por admiración y terminan en administración. Lo cierto es que sólo a ella le cupo el disputado privilegio de acompañar en lo íntimo a Borges en sus últimos años y de velar, a veces con celo extremado, por la posteridad de su obra. De entre todo lo que impugnó y vetó para que no saliera nunca, menciona Bioy una edición con más de cien horas (sus horas, su tiempo) de diálogo entre el tal Bernès antes mencionado y Borges.

Había un humorista argentino que bromeaba sobre la escasa vida sexual de Borges. La broma arroja sombra también sobre la otra parte. Nos han interesado muy poco los secretos de alcoba de ambos y a pesar de ello Kodama estuvo siempre un paso por delante de la sobreexposición. Elaboró un itinerario intenso que llevó a Borges a visitar varias universidades americanas siendo ya muy anciano. Ha sido criticada por eso, como si no disfrutáramos hoy del gran tesoro que esas charlas representan para nosotros sus lectores.

Tomaba café frío, el último a las dos de la mañana, antes de irse a la cama. Sólo respondía llamadas telefónicas media hora por la mañana. Leía tesis universitarias sobre Borges. Se decidió a publicar sus narraciones no hace mucho. Se llevaba demasiado mal con los delirios intertextuales de otros escritores, en especial los de aquellos que insistían en dialogar con el coto exclusivo en el que quiso convertir la obra de Borges. Le gustaba ir a los bares cerrados, a los que se accede poniendo una contraseña. De cualquier manera, esos pasajes de bares y amigos qué lejos y qué mal casan con nuestra propia idea del universo borgeano.

"Yo quería ir a Marte, pero es carísimo", cuentan que le dijo no hace mucho a un periódico español. Es raro. No saber que por mucho tiempo vivió en un planeta donde millones hubieran querido vivir aunque fuera por un día.


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